Ambrosio Sánchez: “El fútbol tira, el deporte base enriquece”

Es un baluarte de aquellas competiciones que se alejan de los ‘flashes’ y crean arraigo

Ambrosio desayuna un café doble y media de mantequilla tras leer el periódico.
Ambrosio desayuna un café doble y media de mantequilla tras leer el periódico.
Marta Rodríguez
23:49 • 22 may. 2015

Existe una regla básica para medir el carisma de una persona. Consiste en que no sea necesario citar su apellido para que todo el mundo sepa de quién se trata. Ambrosio no sólo es el mejor ejemplo para ilustrar esta norma, si no que en su caso la popularidad también tiene mucho que ver con su enorme corazón. 




Ambrosio ha cumplido los 70. Ha trabajado como funcionario del Estado 43 años. Y ha contado los éxitos del deporte base almeriense durante casi cuatro décadas. En todo ese tiempo, jamás ha recibido una crítica. Pero la cosa no queda ahí: como le dijo el alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador, cuando le impuso el Escudo de la Ciudad, en 2o13, todavía no ha nacido la persona que hable mal de él. Y yo voy más allá: todavía no he conseguido dar con alguien que no lo quiera. 




Por ser rigurosa, diré que nació en la calle Las Cámaras de Almería en 1945 y que se apellida Sánchez. Hijo de Pascual, ferroviario, y Francisca, ama de casa, es el segundo de cuatro hermanos: Manolo, Ambrosio, Pascual y Paco. 




Ambrosio descubrió que el baloncesto era el deporte de su vida cuando a los 14 empezó a practicarlo en el Instituto de Enseñanza Media. “Después jugué en el Plus Ultra, en el Renfe, en el San José del Barrio Alto y me metí en el CB Almería, donde fui jugador, entrenador, directivo y vicepresidente de la Federación de Baloncesto durante muchos años”, recuerda con orgullo en esta entrevista que ha elegido celebrar en la Cafetería Freniche de la avenida Montserrat.




Entre los grandes logros de esa etapa, evoca su papel en la organización de la final de la Copa del Rey de Baloncesto que disputaron el Real Madrid y el Barcelona en Almería en abril de 1981. “Dos meses después, trajimos a la ciudad al Harlem Globetrotters. Era la primera vez que este equipo estadounidense venía a Andalucía”, añade como para darle más valor. 




Dar voz a los minoritarios
Si jugar al baloncesto, entrenar a niños y organizar eventos le ha proporcionado satisfacciones, lo que le ha hecho sentirse pleno a lo largo de su vida ha sido luchar por que los deportes minoritarios se hicieran hueco en los medios de comunicación. De ahí que en el año 77 empezase a colaborar de forma altruista con varios, en especial LA VOZ. 




“Como jugador no destacaba, por lo que siempre me ponían a cubrir al mejor del equipo contrario. Como entrenador es verdad que muchos de los niños que he entrenado, hoy hombres hechos y derechos, todavía me paran y me dicen que sembré la semilla que los llevó a practicar deporte. Pero han sido mis crónicas las que han tenido una repercusión mayor y me han supuesto más reconocimientos”, cuenta.




El apartado de los reconocimientos merece mención aparte. Porque Ambrosio ha merecido la friolera de 163 placas a lo largo de su trayectoria. ¿La más especial? El Escudo de Almería que el Ayuntamiento aprobó concederle por unanimidad. 


Ambrosio siempre ha huido de los ‘flashes’ del fútbol. “El fútbol tira , pero el deporte base es enriquecedor y crea arraigo. Y todos los minoritarios (la esgrima, el cross, el balonmano, el voley) son uno para mí”, confiesa. 


¿El secreto de su buen hacer? Ir siempre con la verdad por delante: no ensañarse con el perdedor ni quitar mérito al ganador. Y promocionar si es posible a los jugadores, el deporte y el municipio que acoge la competición. 


Observadora de lujo
Con el café con leche doble y la media tostada de mantequilla enfriándose sobre la mesa, Ambrosio hace gala de sus modales de caballero saludando a los conocidos que salen a su paso. Al otro lado de la mesa, una observadora de lujo: Antoñita, su mujer. 


Si su idilio con los deportes daría para una novela, esta historia que se inició con tintes de amor imposible no tiene nada que envidiarle. Pero como en las películas, el final feliz se impuso y una oportuna excursión a Carboneras unió el destino de los padres de Álex, Lidia y Tito. De los abuelos de Raúl.


“Ser abuelo me ha cambiado la vida”, reconoce. Lo que no sabe Raúl es cómo le cambiará a él la vida ser el nieto de Ambrosio. 



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