Pocas veces he investigado un caso tan impresionante como el de Juan Mesa, un sargento de la Guardia Civil ya jubilado, que reside en Almería.
Juan, tan amable y campechano como me habían indicado, no tuvo reparos en abrirme las puertas de su casa, en plena playa de El Zapillo, y contarme la experiencia que vivió, junto a dos compañeros, en el mes de agosto de 1978. Él se fue como voluntario al País Vasco, intentando labrarse un futuro dentro el cuerpo de la Guardia Civil. Concretamente estaban en Marquina-Jeméin, en el cuartel de Iruzubieta. Lo que podía haber sido una jornada como cualquier otra, con los nervios propios de la juventud y el temor ante cualquier acto terrorista derivado de la tensión política del momento, se convirtió en un episodio que no olvidarán jamás. “Hicimos un pacto de silencio para no contárselo a nadie mientras estuviésemos en activo”. Hoy, ya jubilado, ha tenido el valor y la honestidad de compartir su vivencia con nosotros.
Serían aproximadamente las dos de la madrugada cuando los tres guardias se percataron de que algo no iba bien. “Llevábamos un buen rato escuchando los ladridos de los perros de los vecinos. Estaban muy inquietos, como alterados por algo. Como teníamos puestos los chalecos antibalas, decidimos salir a ver qué ocurría, por si había que defender el cuartel ante cualquier ataque”. Situados en la tercera planta, y en posición de alerta, Juan y sus compañeros quedaron paralizados. Un gigantesco foco de luz los iluminó completamente. “Era una luz color calabaza intenso. Casi roja. Nos enchufó durante casi dos minutos”. Ese periodo de tiempo se hizo eterno para Juan Mesa y sus amigos, que vivieron momentos de auténtica tensión. “Monté el cetme dispuesto a disparar, pero mi compañero me gritó para que no lo hiciera. ¡Espera, Mesa! ¡Tranquilo! Y por suerte no lo hice. De lo contrario, seguramente me hubieran llevado preso”.
Lo que tenían sobre sus cabezas no era de este mundo. Al menos no un aparato que se conociese en ese momento (ni ahora). “Estaba sobre la Iglesia y sobre el cuartel. Era inmenso, podía tener unos 50 metros de diámetro. Y tenía forma redonda, como un disco”. Juan Mesa está convencido de ello porque podía ver uno de los laterales del platillo. “Casi rozaba los tejados de las casas, así que no podía ser un helicóptero o un avión. ¡No hacía ruido!”. Los guardias civiles tuvieron tiempo para ver que el aparato o lo que fuese tenía un color gris tirando a acero, y en su parte inferior se veían lo que parecían ser compuertas con tornillos. “La luz que nos irradiaba venía de un círculo que tenía en la base. Permanecía estático, sin girar”. Pasado ese tiempo de desconcierto, la luz se apagó y el aparato arrancó desde cero. Los tres guardias atravesaron corriendo el cuartel para situarse en la habitación del otro extremo y ver hacia dónde se dirigía la nave.
Dos naves
Cuando llegaron a la ventana comprobaron que no era una, sino dos. “Había otro disco más, y se habían desplazado muchísimos metros. ¡Iban a una velocidad increíble!”. Además, los dos aparatos hacían movimientos en zigzag, se intercambiaban de posición e incluso parecía como si estuvieran jugando entre ellos. “Fue algo asombroso. Nunca lo olvidaremos”. Nuestros protagonistas tardaron bastantes minutos en reaccionar. ¿Qué podían hacer? Si daban parte a sus superiores abrirían una investigación, les harían preguntas y se podían jugar su carrera. Eran jóvenes y buscaban un futuro para sus familias, así que decidieron callar. Desde mi posición entendí perfectamente la postura que Juan Mesa adoptó hace más de treinta años, pero una pregunta me vino a la mente: ¿Cuántos casos y testimonios se habrán perdido por el miedo al qué dirán o a la reacción de la gente? Nunca lo sabremos.
Juan Mesa no sintió miedo alguno, pero tiene clara una cosa: “Quienes estuvieran dentro de esa cosa nos estaban observando. Estoy seguro. Creo que llevaban bastante tiempo sobre el cuartel y solo los vimos cuando abrieron la compuerta para alumbrarnos”. Aquella experiencia cambió su forma de ser y su modo de ver la vida. Y, a buen seguro, será un buen golpe para los detractores del fenómeno ovni, aquellos que dicen, muchas veces con ánimo de ofender y desprestigiar, que este fenómeno solo se aparece ante personas de bajo nivel cultural y de poblaciones rurales. Por eso me rindo a los pies de este testigo, un guardia civil, con nombres y apellidos. Su generosidad no conoce límites.
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