Con un sol reluciente daba comienzo ayer la feria de Vera, matando viejos fantasmas y superando un sinfín de contratiempos en forma de bajas y altas en los carteles. Por una lesión se caía del mural Enrique Ponce, y en su lugar la empresa contrataba a Finito de Córdoba. Una espeluznante voltereta impedía torear a Sebastián Castella, y la empresa lo suplío con Manuel Escribano. Y por si algo faltaba se cae la ganadería anunciada teniendo la empresa que buscar en casa de Juan Pedro Domecq, José Murube y Lola Domecq (El Torero). Tan solo sobrevivió Javier Jiménez al cartel original.
Abrió plaza un toro alto y serio de Murube. Carifosco y engatillado, pero con la fuerza escasa para tanto esqueleto. De uno en uno intentó Finito mantenerlo en pie, aliviando la embestida noble que le regalaba el astado. Con el toro ya venido a menos tomó Finito la muleta en la zurda, pero el recorrido del toro era aún menor. La faena ya era imposible de levantar. Una estocada trasera puso fin al trasteo.
El segundo del lote de Finito, un Juan Pedro alto de agujas, lo recibió con suaves verónicas con el mentón hundido en el corbatín, que fueron lo más destacado de la tarde del torero cordobés. Con la muleta un seco tornillazo remataba cada muletazo. El esfuerzo de Finito por que el toro no derrotara en los trastos fue vano durante toda la faena. Tras un emocionante pasodoble titulado ‘Antonio Carmona’ Finito acabó con su oponente con una horrible estocada haciendo guardia.
Arrollador llegó Manuel Escribano que paró a su primer toro con dos largas cambiadas y seis buenas verónicas. Galleando por chicuelinas llevó al toro al caballo y cerró un buen tercio de banderillas. El toro de Murube atesoró las virtudes del recorrido, la nobleza y la transmisión, además de abrirse y rebozarse a los sones de ‘Churumbelerías’ en la muleta del sevillano. Acabó Escribano acortando los terrenos y mató de una estocada trasera y levemente caída.
Su segundo, de la ganadería de Juan Pedro Domecq, fue probablemente el más armónico y mejor presentado del encierro. Humillaba con denuedo en el capote de Escribano, virtud que le acompañaría durante toda la faena. Recibió dos puyazos, uno de ellos por el picador que hacía la puerta y recibió un quite por verónicas extraordinario. Enloqueció el público con el par de banderillas al quiebro al violín. Repitió por abajo, con fijeza y transmisión en la muleta, con el único defecto de que le costaba salir de los vuelos de la muleta, reponiendo y agobiando por momentos al matador que tenía que conducir la embestida hasta el final.
Jiménez estoqueó uno de Juan Pedro y otro de El Torero. Durante toda la tarde estuvo alegre y dispuesto, encajado y toreando largo a sus toros con el compás muy abierto. Remató a su primero con comprometidas Manoletinas de rodillas y malogró con la espada otra vibrante actuación a su segundo.
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