Le veo solo en la grada del Palacio Mediterráneo mientras su hija entrena en gimnasia rítmica. Una campeona. Le viene de familia. Sin trabajo y con un título nacional en el bolsillo. Con mil batallas en el cuerpo y un deseo: trabajar.
Lo recuerdo mirando al infinito. Viendo pasar los días y el teléfono móvil siempre operativo. Nadie llama. Pensando en los niños a los que entrena en su Escuela de Fútbol TAE y en una familia que mantener.
De esto hace un año y ahora que toca el cielo con las manos estará loco por volver al Palacio Mediterráneo con su hija y sentarse a mirar al infinito. Nada ni nadie cambiará al Vicente del Bosque de Almería. Salmerón es el triunfo de la humildad.
Se la han jugado. Él lo sabe. Fue despedido dos veces en el Almería. Lo más duro de su carrera. Pero siempre ha tenido algo a favor que lo hace diferente a todos: conocimiento y humildad a partes iguales. Guardó silencio. Es mejor.
Se fía de la gente. Confía en los que rodean. Se levanta pronto de la derrota. Sabe ganar porque así lo enseñaron en el Real Madrid. Y lo mejor de todo es que no cambia por salvar al Poli Ejido. Hacer un milagro con el Alavés o subir a los equipos.
Salmerón viene de arriba. Él disfrutó del Real Madrid de Vicente del Bosque que le hizo debutar en Primera. Tuvo los mejores maestros. Se hizo jugador y persona en la mejor escuela: pero lo que verdaderamente destaca en Salmerón se lo dio Almería.
Su familia llevaba el fútbol en las venas y su forma de ser venía de fábrica. Almeriense por los cuatro costados siempre fue agradecido con la tierra que le vio nacer y a ella responde. A ella se debe.
Hoy todos le elevan a los cielos. Hoy Salmerón habla para toda España pero no le busquen en el cielo. Puede aparecer por La Castellana en Madrid o por el barrio del Zapillo en Almería. Allá donde los veas es el mismo Jose Mari.
Tengo una infinita alegría por sus éxitos deportivos. Aprecio mucho a Salmerón y creía que lo sabía todo de él. Es verdad. Todos sus éxitos de memoria pero ése era el entrenador.
La persona estaba allí en el Palacio Mediterráneo. Con nuestras niñas en la pista y nosotros despojados del trabajo hablando de todo un poco. Ese Salmerón es irrepetible para mí. Me contó y le conté. Atamos cabos y dimos en la tecla.
No les puedo contar nuestras conversaciones pero les diré que Salmerón es mejor persona que entrenador. Nada ni nadie le hará cambiar y si algún día se pierde, vayan al Palacio Mediterráneo. Su alma está allí. En esa grada de tribuna de forjó un ascenso.
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