No se llevó ningún premio y Antoñita (su mujer) no tuvo que abrirle un hueco en el mueble de las placas. Lo que se llevó del Teatro Cervantes va en su corazón. Los allí presentes debutaron con Ambrosio Sánchez en LA VOZ y le quieren tanto como le demostraron cuando les recordamos lo que ellos ya sabían: la grandeza de Amb rosio.
Ubicado en la zona media junto a su hermano Pascual estaba tan nervioso como nosotros porque eran sus premios, los de sus deportistas, los de aquellos a los que un día sacó por vez primera en LA VOZ. Él sin saberlo nos ha abierto el camino para entender que no todo el deporte son goles o canastas. Hay algo más en el día a día. Muchos campeones son conocidos gracias al trabajo incansable de Ambrosio. El hombre que cada día nos llena de alegría la redacción de LA VOZ, ese lugar tan cercano como distante, ya que metidos en nuestro trabajo a veces entendemos que no hay vida a un metro.
Es el hombre que no habla mal de nadie. El hombre del que todo el mundo habla bien. Le da pánico el escenario y hablar por la radio. Tiene placas de todos los deportes y hasta el Escudo de Oro de la ciudad de Almería, pero todos los compañeros de LA VOZ queríamos regalarle algo más importante que una placa. Nada material. Le queríamos emocionar como él emociona con sus crónicas a los deportistas que ama. Nosostros, sus compañeros, aprendemos cada día de él. Aguanta nuestras bromas pesadas. Nos trae almendras para merendar y a sus años tira del carro como el que más.
Menudo es Ambrosio a la hora de pedir páginas para sus deportistas.
No estaba en el guión pero nos salió del alma dejar una huella para siempre en estos primeros Premios del Deporte. Queríamos que se llevara en su corazón el cariño de toda su Almería. De sus deportistas. De sus compañeros. Lo que ha vivido Ambrosio se lo llevará a la tumba porque las placas serán para sus hijos y para sus nietos.
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