Era otro Lorca pero la misma ciudad. Aquel domingo por la mañana el Almería de Emery jugaba en el Artés Carrasco frente a un equipo condenado al descenso que jugaba por la honrilla: menuda honrilla.
Almería tiño de rojiblanco el graderío para celebrar en tierras murcianas su segundo ascenso a Primera tras aquel de la Agrupación Deportiva Almería. Un carrusel de autobuses almerienses llegaron a Lorca.
Aquella mañana festiva el ídolo lorquino Unai Emery, que había llevado al equipo a la Liga Profesional, volvía de rival a la que fue su casa y contra los que fueron sus jugadores.
Nos sacaron a gorrazos del campo y el repaso fue monumental ante la mirada atónita de unos aficionados que se gastaron ‘las perras’ para vivir una jornada inolvidable. Tan inolvidable que todavía me acuerdo.
Lo honrilla de aquel Lorca daba al traste con el poderío de aquel Almería de Emery que podía mirar por encima del hombro a un rival condenado.
Los almerienses nos quedamos con la mesa puesta y con el autobús en el parking del Mediterráneo para pasear a los jugadores. Hasta las botellas de cava que había en el vestuario volvieron.
Fue una hostia en toda regla la que le daba aquel Lorca al Almería. El palo fue monumental y en la tarde de aquel domingo las calles se quedaban desiertas.
El Almería subía a Primera una semana después ante la Ponferradina y aquello quedó en una anécdota que ahora recordamos cuando vuelven a medirse ante otro club en el mismo campo.
Hoy el nuevo Lorca está último de la fila y encadena 8 derrotas seguidas. Parece condenado al descenso pero no somos aquel Almería de Emery: estamos también en descenso.
Más vale repasar la historia para no volver a repetirla.
Lo diré para que no pase.
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