Ante un equipo tan ordenado como el Atlético, el desorden es la clave. Frente a un equipo tan talentoso como el Madrid, el orden es la única alternativa. En ambos casos, se trata de colar un tanque por el ojo de una aguja. Por eso la igualdad casi milimétrica entre dos equipos tan diferentes. Por eso, también, resulta tan importante el paso de los minutos, el desgaste físico, la inevitable anarquía. Cuando la tiza se borra de la pizarra y el caos gana terreno, el Madrid se aproxima a la victoria. Ocurrió en la final de Champions y estuvo cerca de suceder en la ida de la Supercopa, un ejemplo en miniatura. Es la deriva natural. Cada vez que el Atlético burla ese destino conquista un imperio. Lo hizo en la final de Copa de 2013 y, hace pocas horas, lo consiguió en el Bernabéu, en la primera parte de un logro que necesita continuación.
Pasó de todo en el partido. Tenía que ser así. Las madrugadas de verano están plagadas de sudores, solitarios o en compañía de otros. Los que rebosaron por Chamartín fueron los típicos de un derbi, sudores fríos y calientes. James, que partió en el banquillo, marcó en el minuto 81, en la media tarde colombiana. Raúl García empató a dos del tiempo reglamentario. Falló la defensa del Madrid y con ellos también falló Casillas, desde Costa Rica verán la cola del cometa. Un minuto después, el árbitro se dejó sin pitar un penalti por mano de Mario Suárez, manotazo innegable. Por fin, en conferencia de prensa, Simeone calificó a Di María como “el mejor jugador” del Madrid. Derbis, calores.
En la primera mitad, el Madrid dominó sin fluidez, por puro protocolo, haciendo exhibición de una inocua colección de hermosos pases largos. Leído desde la otra orilla habrá que hablar de la impecable defensa del Atlético, un equipo que se protege haciendo geometría. En ocasiones, su disposición recuerda la formación tortuga de las legiones romanas, el mismo caparazón de escudos, idéntico centurión implacable, Ave Cholo.
No hay quien supere al Atlético en el arte de nadar y guardar la ropa porque el Atlético nada vestido. El Madrid, por su parte, tiene una natural inclinación al nudismo, una aversión genética hacia lo textil. De ahí que ante una defensa bien cerrada muestre el mismo desconcierto que Tarzán en Nueva York.
El plan de Simeone ya es conocido (universalmente, diría), pero no es fácil encontrar el antídoto. Ante la avalancha de centrocampistas rojiblancos (Saúl se sumó a Gabi, Mario, Koke y Raúl García), Ancelotti optó por el trivote Alonso-Kroos-Modric. Ni James ni Di María. Tampoco así consiguió superar el dique táctico y físico. Peor aún. El Atlético llegó en mejores condiciones al gol. Entre los madridistas, sólo Bale hacía daño por la banda de Siqueira.
En la segunda parte (sin Cristiano, lesionado) sucedió la previsible: se aceleró el juego y los contactos cada vez fueron menos honorables. Mandzukic intercambió codazos y puños con Sergio Ramos; nada grave, así intiman centrales y delanteros. El desorden, como queda dicho, perjudicó más al Atlético y agrandó al Madrid. Fueron los minutos de Kroos, crecido en el timón. Fueron los minutos del gol de James, los que interrumpieron la siesta de Colombia. Y también fueron los minutos de Di María, recibido por el Bernabéu con una ovación (77) .
Fue Raúl García, casi en el último instante, quien giró el rumbo de un partido que parecía escrito, y que casi lo estaba (así lo creyó también el árbitro). El resumen es que el Atlético no se rinde y la Supercopa está en el aire. En el denso y cálido aire del verano.
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