Angelica Patricia, su hermana, hizo un mohín con la cara y bajó la mirada hacia su bolso de Chanel, Tomiko Michibata mientras miró la cara triste de su hija Jessica y a punto estuvo de darle consuelo. Rostros de vergüenza en el hospitaliy de McLaren Honda. El marido, Jenson en problemas, sin nada qué hacer, frustrado. Era ese momento en el que estaba en mitad de la recta de meta, donde jamás hubiera querido estar, adelantado por un Sauber, lado izquierdo, y por un Toro Rosso, a la derecha. El de McLaren pasado por Nasr y Verstappen, a la manera de Zonta con Hakkinen y Schumacher en Spa 2000.
El británico con un motor Honda que tiene mil problemas de potencia en cada área de su propulsor no podía hacer nada. Nada. Poco después a Fernando Alonso le pasaba Marcus Ericsson con el Sauber. Como si nada. (Dense cuenta de que no hablamos de Mercedes, Ferrari o Red Bull, ni de Hamilton o Vettel) Paréntesis hecho. “Es como pilotar sobre hielo. Me pasan en las rectas como si fuera un GP2, es vergonzoso”, dijo el español con el alma saliendo por la garganta. Después estuvo siete vueltas aguantando a Max y su Toro Rosso y otras tantas a un Kvyat con problemas. Cuando finalmente el joven holandés le pasó a final de recta volvió a gritar desde un corazón herido: “GP2, GP2, llevamos un motor de GP2, Ahhhhggg”.
En la grada de autoridades Takahiro Hachigo, presidente de Honda, escuchando con unos cascos de mecánico las palabras del samurai astur. Y toda esa afición que le adora en un país donde es el ídolo máximo con mucha diferencia. Aún ahora, en tiempos oscuros. Presión máxima del piloto español a su motorista, a su equipo, a la Fórmula 1 estos días…Petición de socorro. No puedo seguir así, dijo sin decir. Alonso en vena. Levantar la mano en casa del jefe. Al final después de luchar contra su coche y algunos otros terminó undécimo. Casi puntos. Gran carrera, aunque no lo parezca.
El asturiano había hecho una salida de esas suya, también aprovechando la montonera del inicio, del duodécimo al noveno. Toque de clase. Después nada. El primer piloto que adelantó a Alonso fue Carlos Sainz. El español pasó a su ídolo de infancia al final de recta, DRS y pasada limpia. Y a partir de ahí el asalto a los puntos. Buena carrera del madrileño, notable como suele. Y con dos noticias, una buena y otra mala. La peor es que tuvo un fallo extraño a la entrada al pit lane se llevó por delante los bolardos y le tuvieron que cambiar el morro, la buena es que de repente hacia mitad de carrera hizo una vuelta rápida general que provocó la admiración de todos. Preciosa batalla con Checo Perez que terminó al meterse en boxeo el de Force India. Y después con su compañero Verstappen, lo de otras veces, venía con mejores ruedas Max y lo tuvo que dejar pasar. La gran esperanza blanca y madrileña de la F-1 en España acabó décimo, un punto. Debió ser más.
Y por delante, después del misterio de los santísimos Pirelli en Singapur, poco que contarles más allá de que Lewis Hamilton volvió a ser Hamilton y su Mercedes el coche de referencia. Salió muy bien, echó a un lado a Nico Rosberg, que se quedó cuarto tras la salida, y a partir de ahí ritmo infernal hasta ganar la carrera. Octava victoria en catorce carreras. Iguala a Senna con 41. Y cuentan que están preparando ya el trofeo de tricampeón. Segundo fue su compañero. Cada uno en su puesto. Y tercero Vettel, otro podio para el alemán de Ferrari. Fue una carrera normal. Qué distinto todo del año pasado. Afortunadamente. Aunque aquí, en Suzuka, todos pensaron, sintieron el espíritu de un muchacho que murió buscando su sueño, todos vieron en algún momento a Jules Bianchi, al menos en el recuerdo.
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