“Hemos nacido para querer y que nos quieran.” Suele añadirse a esa frase: “como dijo el poeta”. ¿La verdad? Yo no sé qué poeta fue ni, siquiera, si fue un poeta, sino alguien que creyó que quedada más poético atribuírselo “al poeta”.
Puestas así las cosas, me quedo con los ¿místicos?, más Ana Belén y los boleros de Lucho Gatica: “Llévame en pos de ti y correremos: no temas, que jamás nos cansaremos… En una noche oscura con ansias en amores inflamada donde juntos los dos nos holgaremos… no habrá allí descuido, no habrá olvido; los tus dulces amores cantaremos. En tí se ocupará todo sentido, de tí, por tí, y en ti, nos gozaremos oh, dichosa ventura… ¿Qué mal puede hacer tan gran bien?... Ha sido grande la claridad del sol que ha estado allí, pues ansí la ha derretido… El entendimiento, si entiende, no entiende cómo entiende… ni entonces sabe el alma qué hacer: ni si hable ni si calle ni si ría ni si llore; es un glorioso desatino… Su piel es más suave que la seda, su voz canta como el agua… No te quedes con las ganas de saber cuánto amor nos cabe de una sola vez… besos, ternura, qué derroche de amor cuanta locura… lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón… mientras nuestras almas se acercaron tanto así. Con él aprendí a ver la luz del otro lado de la luna… a cruzar otros mares de locura. Suave, que me estás matando de pasión…”
¡Ay, mis místicos!
Creo que fueron Jesús de Perceval y Tico Medina quienes se inventaron que San Valentín está enterrado en Almería. Y, a raíz de tal descubrimiento, hasta el Ayuntamiento inició una campaña orientada a convertir Almería en la capital española del amor y de los enamorados. Luego, el entusiasmo se fue diluyendo y la cosa se olvidó hasta que, a principios de siglo, siendo alcalde Santiago Martínez Cabrejas y concejala de Cultura Ana Celia Soler, el Ayuntamiento se sacó de la manga el prodigioso “Taller de Expresión de Afectos, Servicio de atención afectivo sexual San Valentín”, en anagrama, TEA, a fe que descriptivo y adecuado, porque se trataba de encender a las criaturas.
Pretendía el Ayuntamiento –según constaba en el Programa del Taller- que los jóvenes “aprendan a expresar sus sentimientos mediante la palabra y el contacto corporal” con lo que “a través de la comunicación no verbal” y, en función de las reacciones recíprocas, “el profesorado podrá determinar y distinguir lo que es una simple atracción o deseo, el enamoramiento, la pasión y el amor; alegría, dulzura o un arrebato pasional, enfado, dolor e incluso odio”, lo que, sin duda, es muy útil, pues a lo mejor usted cree amar a su pareja y en realidad la odia; cree desearla y a lo mejor es repulsión lo que siente. Porque, como no se lo han enseñado, lógicamente usted no sabe distinguir.
Aunque, claro, nada nuevo hay bajo el sol: por la misma época, el Gobierno obligó la Fiscalía a hacer un examen de amor a los futuros cónyuges, cuando uno de ellos fuese extranjero, sobre todo magrebí:
- ¿A dónde vas, Manolo?
- A examinarme de amor: a que el Fiscal diga si Fátima me quiere.
Y, a propósito de enseñar, me acuerdo de la situación escabrosa protagonizada por un anciano Abogado y su ignaro cliente: “Lea esto, por favor”, le dijo el profesional, a lo que el cliente, azorado, le contestó: “Lo siento, pero no sé leer. No me enseñaron mis padres, y ya sabe usted que lo que no se aprende de pequeño…”, a lo que replicó el ingenioso profesional: “Y follar, ¿folla usted?”, respondiendo, encampanado, el cliente: “¡Sí, claro, claro!, ¿por quién me toma?”. El anciano le espetó sardónico: “Pues ¿a que eso tampoco se lo enseñaron sus padres…?”
¿Cómo aprenderían Adán y Eva, si no tenían padres ni Taller de Expresión de Afectos? ¡Qué misterio la vida!
Y, claro, caigo en que tampoco yo me examiné de amor y, por tanto, jamás podré saber por qué me casé con la maravillosa Anna María, lo que me produce una tremenda zozobra retrospectiva.
Sobre todo, porque no sé química. Y es que, con esto de Wikipedia, se entera uno de cosas asombrosas: por ejemplo, que el amor, es, sólo, química cerebral: neurotransmisores, feromonas, serotonina, dopamina, norepinefrina… ¿Tendré que hacerme un análisis de sangre para saber si estoy enamorado; ir a un neurólogo para que me recete más norepinefrina o me baje la dosis de serotonina…? O, ya puestos, ¿será la Guardia Civil la que, junto a la prueba de alcoholemia, me haga la de dopaminalemia por si voy dopado de amor...? ¿Tendré que ir a la Farmacia a comprar amor y decirle a de María del Mar “Guapísima, ¿me das una caja de norepinefrina, por favor?”
¡Ay, San Valentín, la que has liado: qué gran misterio es el amor!
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