Yo: el frankesteinizado soy yo.
Hay muy pocas personas que hayan alcanzado una determinada edad cuyo cuerpo tenga, todo y sólo, con lo que nació: o nos han quitado –el apéndice, la vesícula…- o colocado –prótesis, implantes…- algo.
Y, a mí, volvió a tocarme el jueves.
Ottorino del Foco es un señor italiano enamorado de Almería, donde ejerce su profesión de cirujano vascular, y se ha hecho un apasionado de algunas de nuestras tradiciones. Por ejemplo, de Los Toros, con lo que, cuando lo visito como paciente, más que de medicina hablamos de toros. O casi.
Los miura tenemos la mala fama de dar cornadas a los toreros en la femoral. Pero se da la paradoja de que, en este caso, sucede justo al revés: el Dr. Del Foco se ha aficionado a la mía y ya la ha corneado dos veces con una puntería tan delicada -¡y benefactora!- que es casi inimaginable. La última, el jueves, para ponerme un stent – un muelle, vamos- en la carótida, con el propósito de evitar que pueda desprenderse alguna plaquilla del colesterol acumulado y me provoque un faratutazo.
La vez anterior me dejó ver en un monitor su recorrido por el río de mi femoral y sus afluentes –más complicados que el Cañarete- que yo ya conocía bien, pues me la enseñó el Dr. Morata Artés hace muchos años durante una operación de hernia en la que, pese a su paciencia santa, creo que llegué a desnerviarle cuando le pregunté si veía mi alma por allí dentro. ¡Qué le voy a hacer!, es que no me gusta ver la vida detrás del burladero, sino vivirla en el ruedo.
Luego, al cabo de los años, lo que tocó fue que el Dr. Del Foco me diera una cornaílla en la femoral derecha hasta llegar a la arteria ilíaca y recolocar un stent, que alguien, con más vocación de carnicero chapuza que de angioradiólogo, había malcolocado ¡cerrado!, con lo que estuvo a punto de retirarme de los ruedos. Lo decía Unamuno: "en esta plaza del mundo, en esta vida que no es sino trágica tauromaquia".
Pero como procuro, siempre, ponerle buena cara al mal tiempo, de aquella operación casi mortal del radiólogo chapucero saqué una paella muy divertida con las dos enfermeras que presenciaron la carnicería, una de las cuales, llamada Eva, me explicó por qué se comió la manzana en el Paraíso: “Eran tan aburridos el Paraíso y Adán que, para distraerme, tuve que comerme la manzana”. Lo entendí perfectamente. Y, por fuerza, le di la razón a Clara Montes cuando canta “los hombres mintieron, ellos son la costilla de la mujer primera”. ¡La que lió el muermo de Adán!
Ahora mi amigo Ottorino, persona afectuosa y magnífico cirujano-torero no me ha dejado ver la película cuyo plató ha sido, otra vez, mi cuerpo, como en aquel “Viaje alucinante”, de Richard Fleischer, con Raquel Welch, a quien no eché de menos, pues las enfermeras del Dr. Del Foco, Cristina y Eva, la superan, y son sabias, cálidas y divertidas. Esta vez me ha sedado el Dr. Fredes –tan buen anestesista como hombre divertido- con la promesa del Dr. Del Foco de regalarme el vídeo, pues la especie de minisubmarino tenía que recorrer desde la ingle hasta lo más alto del cuello, en una singladura copilotada por sus amigos, especialmente invitados, los doctores Javier Martínez Gámez, Jefe de Cirugía Vascular del Hospital de Jaén, y José Moreno Escobar, que inauguró, como Jefe, el Servicio de Cirugía vascular de Torrecárdenas del que pasó al Hospital Clínico Santa Cecilia de Granada. Yo, claro, les confié mi vida y me dejé atontolinar, aunque los oía y me contaban.
Y, gracias a Dios, como los toreros tenemos buena encarnaura, y el Médico es glorioso –le llamo “mi dios”- a la mañana siguiente salí y aquí estoy, más frankesteinizado, vivito y coleando y dispuesto a seguir viendo cómo pasa la vida y procurando no ir de mero espectador sino de protagonista de la mía. Y pensando, tal vez, cosas no del todo absurdas: en si la felicidad es un ser o –sólo- un estar; en por qué jamás la Guardia Civil ha multado a la vida por exceso de velocidad… Y es que, a mi edad, hay que vivir con una especie de esperanza sin designio, con ojos limpios, inocentes y apasionados, para tratar de cambiar el color terroso del río cuando ya manso se acerca al mar. Y con la idea, clarísima, de que la vida es una cuestión de intensidad, no de extensidad: al que no vive con pasión se lo lleva la niebla, pues el presente existe, pero no perdura, y el pasado y el futuro tienen duración, pero no existencia.
Y como, según Rilke, vivimos despidiéndonos continuamente, o, lo que es lo mismo, la vida una sucesión de instantes, carpe diem, frankesteinizados o no bebámosla a tope, no a cuentagotas. Como los piratas el ron: a caliche, a gollete, directamente de la botella, y hasta acabarla.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/100884/frankesteinizado