Ayer, con asistencia de representantes del Gobierno y de la Junta, tuvo lugar en Madrid una cumbre para la demolición o deconstrucción, como se dice ahora, del polémico Algarrobico. Tras la sentencia del Tribunal Supremo contra la cual no cabe recurrir ya parece que se acabaron las dudas sobre lo que debe hacerse de inmediato. Las dos administraciones coinciden en que el hotel es ilegal, sus instalaciónes no cumplen los cien metros de separación de la playa, está fuera de la zona urbanizable, y el solar , hoy por hoy, pertenece por retracto a la Junta de Andalucía. Por lo tanto el edificio se encamina a su desplome total, salvo algún extraño recurso de ultimísima hora.
Han sido trece años de conflicto permanente. Comenzó como una buena noticia para el turismo y la economía de Carboneras aprobada con nihil obstat por las autoridades de la Junta. Después la ministra Narbona descubriría que el edificio no cumplía las condiciones ambientales. Más tarde entraron en contradicción hasta los mismos jueces. Cuando todo los tribunales apoyaban la tesis de un juez almeriense que paralizó las obras, otro tribunal avaló la licencia de 2014 con lo cual los propietarios volvieron a tomar nuevo brio constructivo con el aplaudo de la derecha política y sus eventuales incensarios afines, Si algo se ha puesto de relieve aunque sea bien tarde es que los ecologistas tenían razón. La demolición de este edificio almeriense que ha dado tantas veces la vuelta al mundo podrá costarle un riñón al erario público, pero por lo menos nos hemos librado de que el mal ejemplo cundiera por toda la costa mediterránea. Hasta nuestros niños crecieron con este mal ejemplo. “Oye, papá. ¿ por qué está abandonado este hotel?” ¿ Por qué Greenpeace cuelga ahí todas sus protestas? “ Debemos conservar la playa, hijo”, contestaba uno con ganas de escaparse del tema. El Algarrobico ha sido durante años la metáfora de nuestro mal entendimiento colectivo. Tenemos otros casos semejantes como el del ferrocarril pero ninguno nos ha dado tantos quebraderos de cabeza como la vieja estampa de este monstruo de cemento que nadie sabe para qué vale a la orilla de una playa solitaria.
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