La deconstrucción de El Algarrobico

Kayros
01:00 • 02 mar. 2016

Ayer, con asistencia de representantes del Gobierno y de la Junta,  tuvo lugar  en Madrid una cumbre para la demolición o deconstrucción, como se dice ahora, del polémico Algarrobico.  Tras la sentencia del Tribunal Supremo  contra la cual no cabe recurrir ya parece que se acabaron las dudas sobre lo que debe hacerse de inmediato. Las dos administraciones coinciden en que  el hotel es ilegal, sus instalaciónes no cumplen los cien metros de  separación de la playa, está fuera  de la zona urbanizable, y el solar , hoy por hoy, pertenece por retracto a la Junta de Andalucía. Por lo tanto el edificio se encamina a su desplome total, salvo algún extraño  recurso de ultimísima hora. 
Han sido trece años de conflicto permanente. Comenzó como una buena noticia para  el turismo y la economía de Carboneras aprobada con nihil obstat por las autoridades de la Junta. Después la ministra Narbona descubriría que el edificio no cumplía las condiciones ambientales.  Más tarde entraron en contradicción hasta los mismos jueces. Cuando todo los tribunales apoyaban la tesis de un juez almeriense  que paralizó las obras, otro tribunal   avaló la licencia de 2014 con lo cual los propietarios volvieron a tomar nuevo  brio constructivo con el aplaudo de la derecha política y sus eventuales incensarios afines, Si algo se ha puesto de relieve aunque sea  bien tarde es que los ecologistas tenían razón. La demolición de este edificio almeriense que ha dado tantas veces la vuelta al mundo podrá costarle un riñón al erario público, pero por lo menos nos hemos librado  de que el mal ejemplo cundiera por toda la costa mediterránea. Hasta nuestros niños crecieron con este mal ejemplo. “Oye, papá. ¿ por qué está abandonado este hotel?” ¿ Por qué Greenpeace  cuelga ahí todas sus protestas? “ Debemos conservar la playa, hijo”, contestaba uno con ganas de escaparse del  tema. El Algarrobico ha sido durante años  la metáfora de nuestro mal entendimiento colectivo. Tenemos otros casos semejantes como el del ferrocarril pero ninguno nos ha dado tantos quebraderos de cabeza como la vieja estampa de este monstruo de cemento que nadie sabe para qué vale a la orilla de una playa solitaria.







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