El contexto de facilidad monetaria que estamos viviendo, basada en los principios de sobreestimulación de la economía a través de la creación compulsiva de liquidez y de crédito, está provocando situaciones antiintuitivas en el ámbito económico-financiero.
Nos referimos a la aparición de los tipos de interés negativos, algo que para la teoría económica clásica es incompatible con la racionalidad del homo economicus. En concreto, en España, en los últimos años hemos pasado de tener gravísimos problemas de financiación, debido a una deuda pública galopante y unas primas de riesgo elevadas, a financiarnos en algunos casos con tasas de interés negativas.
Los depósitos en el BCE, así como en otros bancos centrales europeos, se están retribuyendo a tasas de interés nominales por debajo de cero, abriendo la posibilidad a que determinados activos financieros tengan un valor futuro inferior a su valor presente. Y esto, como todos sabemos, solo tiene explicaciones por cuestiones puramente especulativas y/o por desequilibrios profundos en la economía.
Cuando se deberían estar adoptando medidas de carácter estructural, una vez agotada de forma natural la palanca monetaria (la trampa de la liquidez de Keynes), el BCE acelera la máquina del dinero trasladando riesgo (cada vez más sistémico) desde la banca hacia dicha entidad. Pero el problema es que la economía financiera se ha hecho cada vez más endogámica, y la mayor parte del dinero que se genera se queda en la economía financiera y no aterriza en la economía real a través del crédito productivo. La razón es el enfermizo sistema del dinero basado en la deuda, que ha provocado el sobredimensionamiento sin precedentes de la economía financiera sobre la economía real.
La situación de bajas tasas de interés, e incluso de tasas negativas, ha llegado igualmente al mercado interbancario europeo. El Euríbor, un índice que mide de forma sintética a qué precio estarían dispuestos a prestarse determinados bancos de un panel europeo, ha alcanzado en febrero una tasa negativa. Una tasa que está por debajo de la tasa a la que remunera el BCE el dinero que los bancos tienen en él depositado.
Como todos sabemos, el Euríbor es el indicador de referencia para fijar la retribución de numerosos activos y pasivos financieros, por lo que su evolución por debajo del cero altera de forma sustancial los rendimientos internos de los activos. De hecho, algunos analistas han considerado que si el indicador sigue a la baja hasta rebasar el diferencial más bajo aplicado a una hipoteca en España, que al parecer está en el 0,17%, el prestamista sería el que debería pagar al prestatario.
Si ya ha sido especialmente gravosa para la banca la supresión de las cláusulas suelo, o puede serlo la posibilidad de no cobrar intereses por las hipotecas por alcanzar el Euríbor tasas negativas por debajo del valor del diferencial aplicado, imagínense el problema de tener que pagar a los prestatarios por su posición crediticia.
Pero el razonamiento no es tan mecánico como para permitir la intercambiabilidad de obligaciones entre prestamistas y prestatarios, aunque sí pudiera serlo para otros activos financieros (para los que el Euríbor sería un indicador intrínseco).
Pocos jueces estarían dispuestos a emitir una sentencia en este sentido, entre otras cosas porque atentaría contra alguno de los principios generales del derecho, contra la esencia de un contrato de préstamo y, sobre todo, contra el sentido común. Por lo tanto, a nuestro juicio, el cero es un cero absoluto para los préstamos hipotecarios: la genuina cláusula suelo.
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