No ví el debate de investidura: estos políticos me producen urticaria. Es lo malo de haber conocido a los buenos. No es, pues, el mío este tiempo, como decía Gil de Biedma. Hubo tiempos mejores.
En el fútbol, por ejemplo. Cuando durante la década de los 60 veía jugar a Di Stefano, Puskas, Gento, Collar, Peiró, Mendonça, Kubala, Suárez, Mazzola, Rivera, etc., y cada partido acababa en goleada, ver ahora que el fútbol consiste en tejer telas de araña a lo ancho del campo en vez de chutar a puerta, me aburro miserablemente.
Y, con Los Toros, me pasa igual: pasar de Curro Romero, Paco Camino, Diego Puerta, Antonio Ordóñez, y de toros de encastes diferentes, a los toreros de hoy y al toro monoencaste, ha hecho que pierda la afición. Ya entonces lo advertían Ángel Luis Bienvenida: “salvo muy pocos toreros, tu vas viendo la faena y vas sabiendo lo que va a ser”; y Antonio Ordóñez: “para ser torero no hace falta ser ingeniero, sino ingenioso.”
... Y a lo que voy. Con los políticos, me pasa otro tanto. Y como la reciprocidad es la base de las relaciones sociales, ellos me importan a mí lo mismo que yo a ellos; nada. ¡Me fui al teatro sin saber el resultado de la primera votación!
¿Y por qué titulo este artículo a la fuerza ahorcan? Pues porque creo que después de tres semanas sin tocar para nada la política, en ésta en que se ha celebrado el sedicente debate de investidura -¿mejor de embestidura?- era forzoso referirse al mismo.
Aunque no vi las primeras sesiones, sí he leído los discursos. Y dan pena. Y visto reportajes en televisión. Y leído muchos periódicos. No sé por qué, me he acordado de la canción “Noche de ronda”: “Que las rondas –léase, los discursos- no son buenas / que hacen daño / que dan penas / que se acaba / por llorar.”
¿Lo más grave? Que Pedro Sánchez transformó su combate de investidura en una especie de moción de censura destructiva contra Rajoy: lo citó por primera vez en el folio 4 y, por última, en el 41 de los 42 de su discurso. (Y, el viernes, casi se limitó a reiterar su fobia a Rajoy) ¿Eso es el futuro? Y acabó siendo, al día siguiente, una especie de guerra civil dialéctica –a falta de pan, buenas son tortas- porque las mayores tortas se las dio Podemos al PSOE y Ciudadanos al PP. ¿Y España y su gobierno? De eso, como se decían Tip y Coll, hablaremos “la próxima semana” o nunca. No me extrañaría al paso que van estos cenutrios egocéntricos, que hicieron bueno a Rousseau: los insultos son las razones de quienes no tienen razones, con muchas descalificaciones personales, como si todos los mal llamados líderes se despreciasen entre sí. Se ha demostrado que España es una familia muy mal avenida. Ya escribí, a raíz de aquel debate-piltrafa televisado: “¿Quién debe gobernar: un indecente o un ruin? Hace de eso, ya, más de dos meses y medio. Y vamos a peor. Pero no había que ser adivino: el 1 de noviembre, dije: “[España] es el reino de la mediocridad… Es como si hubiese un permanente concurso de peores…”
La política se ha convertido en una bonoloto. De verdad, no me atrevo, siquiera, a imaginar qué puede suceder. Ni cuándo.
¿Lo único claro? Que Pedro Sánchez, como el loco Segismundo, creyó que la vida es sueño y, con el peor resultado de la historia del PSOE, apareció en el Congreso con sus padres y su mujer, dispuesto a vivir su día de gloria y ganar la lana de la investidura… pero salió embestido y trasquilado: el editorial de El País lo resumió: “Le faltó la visión y ambición que se espera de un joven líder qe quiere ponerse al frente de s país para transformarlo y mejorarlo”. ¡Lo tenía claro si, así, había de entusiasmar y convencer a los otros”. ¿Con el mestizaje gastronómico -¡hay que joderse, Manolín!- de vinagre, tueras, cayena, sectarismo, insultos, odio y unas gotas de cianuro? “La semana que viene” no fue un caramelo goloso para Podemos que, por el contrario, se burló aplaudiendo su agradecimiento a la valentía de Ciudadanos. Un Podemos que ha quedado desenmascarado en su discurso de la sinrazón, ante la pasividad de un Presidente del Congreso que, como árbitro, perdió los papeles.
Rajoy tuvo la honesta y lógica sensatez de saber que no podía ganar. Y rehusó. ¿Cómo pudo pensar Pedro Sánchez que iba a aglutinar a toda la izquierda y a la gente heterogénea que hay ahora en el Congreso? ¿Con qué argumentos, razones, números, ¿sueños?, se camelaría al rey para que le encomendara la investidura? ¿Cómo el rey le dio el encargo? Me resulta todo más que esotérico. ¿Qué talla tienen los supuestos protagonistas?
¡Pobre España, sin mejores, en la que hasta los peores pierden!
¿Y el papelón de Carmena, la abuelita naif, espontánea en todos los ruedos?
¡Ufff!
Camille Claudel Estrenada en el Apolo por el Grupo La Confluencia bajo la dirección sensibilísima de Choni Rodríguez, me emocionó: la afirmación de una artista mujer contra el machista y despótico Rodín, la locura, el aniquilamiento… Una obra desgarradora, estremecedora, angustiosa, bellísima.
Jesús Herrera, domina el escenario con una autoridad y naturalidad pasmosas; Leticia Valle levita con su cuerpo y emociona con su voz; Chencho Nizo, hechiza. Y las luces, la música, el vestuario son personajes esenciales.
Vivir incomunicado El jueves fui a revisión del stent que mi dios, el Dr. Ottorino del Foco, me colocó, hace días, femoral y aorta p’arriba, en la carótida. Le pregunté por el vídeo prometido. Tanto él como Cristina, además de mi ángel de la guarda, maravillosa reportera, me habían enviado un reportaje completísimo. No lo recibí porque hoy, en que hasta las paredes tienen tuits, yo sigo con un teléfono de teclas. ¡El quirófano, con todo el equipo, celestón, parecía el vestuario del Napoli! Son un equipo fantástico.
El informe Kerry Es una novela histórica de Gonzalo Hernández Guarch, que me hizo el honor de presentar en el Museo Arqueológico. Tiene mucho de estudio de campo sobre la más cruda realidad de nuestros días: el terror, la devastación, del Estado islámico y su política de exterminio en especial, de los cristianos orientales, factor de moderación, de tolerancia, de democratización, de estabilidad, de modernidad, con lo que asistiríamos a la desaparición de todo freno y al final de una era de veinte siglos de civilización.
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