Yo no sé si los partidarios de Podemos y sus numerosos afluentes, mareas o exudaciones están convencidos de que están propiciando con su voto un cambio social de tintes taumatúrgicos (el cambio del cambio, el tiempo nuevo, los mestizajes y las zarandajas) o si, como me gustaría pensar, están descubriendo ya que sus impulsados no son más que una panda de majaderos con mando en plaza. Menciono lo del mando y la plaza como recordatorio a aquellos otros que, también con su voto, han contribuido a dar carta de naturaleza a esos pactos de sedicente progreso. Que nadie olvide que todos estos alcaldes y alcaldesas de ocurrencia y chorrada lo son por obra y gracia del PSOE, empeñado en sumar votos con quien sea con tal de remover al PP. Vamos con la más reciente. El Ayuntamiento de Barcelona, regido por Ada Colau, esa señora que contrató como jefa de prensa a una activista de la meada callejera, ha extendido su yihad contra el patriarcado –o con lo que ellas y ellos así lo consideren- al terreno gramatical. Para asaltar los cielos hay que comenzar doblegando el lenguaje, que lo soporta casi todo. Y así, la que llegó a la alcaldía asegurando que desobedecería las leyes injustas, se ha sublevado contra el fascismo falócrata de la gramática y ha contravenido la norma creando un nuevo palabro de curso oficial: en lugar de “homenaje”, al que quieren verle escrotos colganderos, han decidido acuñar un nuevo vocablo: el "donanatge", que podríamos traducir como "mujeraje". Para una alcaldesa progre y reformista como la señora Colau -la que antes de portar el bastón daba la vara con montar huelgas y que ahora que las sufre en carne propia las considera excesivas- cualquier acción contra el machismo es muy positiva. Incluso si lo que se hace es el ridículo más inconmensurable. Por desgracia, una prueba más de ese inquietante signo de los tiempos: el triunfo de la gilicoñez.
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