La negativa de Susana Díaz a recibir al alcalde de Almería puede resultar un asunto cansino por recurrente e indecoroso por el intencionado e impresentable gesto. Pero esto trasciende de lo meramente gestual y maleducado para instalarse en puro sectarismo. Que el alcalde tenga el detalle de tramitar el primer documento oficial de su recién estrenado cargo solicitando una audiencia con la presidente de la Junta es impecable desde la protocolaria institucionalidad que ha de adornar a los representantes públicos que, a la recíproca, esperan un comportamiento paralelo a la exigencia de una mínima educación.
Supongo que en las filas socialistas locales no existirá desazón alguna por este desdén de la presidente hacia el alcalde que es del Partido Popular y, en cualquier caso, en el pecado lleva la penitencia. Pero no se trata de un rival político que ha de observarse y tratarse como tal; es el alcalde de una ciudad de doscientos mil habitantes que sólo intenta hacerse acreedor de ese derroche de cariño acrisolado en la reiterada frase de Susana que lleva en el corazón a todos los almerienses, aunque el alcalde le haya hecho piedra en vesícula.
En cualquier caso, sea cardiaco o biliar, el asunto es visceral. Lo que lleva Susana en la cabeza es otra cosa y, como siempre, pasa por los intereses de partido y liderazgo que se han podido vislumbrar en sus recientes visitas a la provincia.
Analicemos sus recientes apariciones por la provincia. Su interés por contactar con el alcalde de La Mojonera coincidió con una revuelta de la oposición que dirimió en una chapuza de moción de censura. Un alcalde con una adscripción política de dudoso recorrido, pero de cierta afinidad ideológica con el PSOE, es una pieza a cobrar y, según parece, el oportuno arropamiento de la lideresa reconfortó al primer edil que no olvidará el gesto en tan difícil trance, y que ya se le recordará en próximas convocatorias electorales.
Más recientemente, Susana Díaz visitó Vera, alcalde andalucista con apoyo del PSOE; pero Félix López nunca ha disimulado su afinidad socialista, siendo hoy especialmente el andalucismo rara avis de dudoso futuro en rentabilidad electoral. O sea, otro que hay que cultivar para recuperar feudos y futuros apoyos en el Levante.
Posteriormente, la presidente se explayó con Níjar. Nueva alcaldesa que viene de ser portavoz en la Diputación y delegada de la Junta en Almería, un recorrido que, con mostrado merecimiento y exhibido culto a la lideresa, obtendría posibles recompensas tan ambiciosas como la secretaría provincial; todo puede ser, especialmente cuando Susana Díaz no es que se lleve mal con la dirección provincial, es que ni se lleva.
Si a todo lo anterior sumamos que se acercan los congresillos para elegir delegados de los diferentes territorios y que las apetencias de Susana se quedan cortas en Andalucía, es razonable que la estrategia de visitas a la provincia no se desperdicien en protocolos improductivos con el alcalde de Almería; eso puede esperar, y ahora lo que interesa es otra cosa que pasa por la escalada a la cumbre que tanto ambiciona.
La notoriedad de las visitas a la provincia no se puede medir en rutilantes inauguraciones o anuncios y compromisos de alto nivel. Esto lo podría haber resuelto un delgado o como mucho un consejero de la Junta, pero se ha urgido una excusa que en cada población se ha justificado con la ampliación de un centro de salud o una visita a un almacén agrícola.
En la hoja de ruta de la presidente no está visitar en Almería o recibir al alcalde en Sevilla -a ambas alternativas hay idéntica negativa-, y esto no ha sumir a nadie en postrada humillación; todo lo contrario, es la constatación de que somos una prioridad y que nos lleva en su corazón; todo con buen talante y magnífica educación.
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