El agua ha sido, es y será, el gran problema de Almería, una zona seca pero con un buen potencial de crecimiento de actividades económicas, en el caso de que seamos capaces de poner solución al déficit.
Lamentablemente la historia de nuestra relación con los recursos hídricos entró hace ya mucho tiempo en una espiral de difícil salida porque el crecimiento se ha basado en un consumo no medido de un recurso básico que es escaso, y por lo tanto caro.
A modo de aportación nos atrevemos a sugerir que, llegado este momento, al menos deberíamos trabajar en fórmulas que no supongan agravar aún más el ya importante déficit que arrastramos, es decir que no debería permitirse ninguna actuación que supusiese aumentar la demanda.
Entre las medidas inmediatas debería contemplarse cerrar todos los pozos ilegales, que se cuentan por miles, y revisar urgentemente las concesiones de agua existentes en toda la provincia.
Más allá de eso, no deberíamos perder más tiempo en conseguir que no se desperdicie ni una sola gota de agua y, en ese sentido, se hace necesario que todas las aguas residuales se reciclen de manera que puedan ser reutilizadas en la agricultura, primer consumidor de recursos hídricos con diferencia.
Ese agua, que sumaría por encima de los 40 hectómetros cúbicos anuales (más de lo que están produciendo todas las desaladoras juntas) sería además notablemente más barata que la que aportan tanto las desaladoras como los trasvases desde otras cuencas españolas.
Evidentemente quedan los recursos procedentes de desaladoras, desalobradoras y trasvases, pero hay que ser conscientes de que en todos esos casos los costes de producción o de transporte arrojan unas cifras que difícilmente podrán asumir los regantes de la provincia, salvo ayuda pública que contravendría las directrices que marca la Unión Europea.
La cuestión es así de sencilla y las actuaciones son, ya, de una absoluta urgencia.
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