La combustión del papel comienza a los 451 grados Farenheit, dato científico que sirvió a Ray Bradbury para titular su famosa e inquietante novela de ciencia ficción protagonizada por un bombero cuya misión era quemar libros por orden del gobierno. Y supongo que esa es la temperatura que se alcanzó en la fogata de documentos de la Junta de Andalucía que se produjo hace unos días en un descampado sevillano y que tanto juego ha dado tras su publicación por un vecino alarmado. Esto de “quemar después de leer” es una consigna propia de películas de espías o de urgencias ante la inminente llegada del enemigo. Un recurso de gente apresurada y peligrosa. Y no sé qué motivos tendrían los que, saliendo de una furgoneta con los logotipos de la Junta de Andalucía, en un solar de la Junta de Andalucía, acumularon papeles de la Junta de Andalucía y los redujeron a cenizas. Cualquiera sabe. Ya podrán decir en Canal Sur lo que quieran (algunas defensas de lo indefendible son capaces de transmitir el bochorno por las ondas) pero con independencia de las suposiciones del contenido de los archivos, este sistema de destrucción de documentación no encaja en lo niveles de transparencia de una administración que se arroga los máximos estándares de decencia y modernidad del mundo mundial. Pero al margen de la propaganda y el autobombo, lo cierto es que la Junta es una administración opaca, que no colabora con la Justicia cuando se le piden documentos, en la que cada vez que hay elecciones comienzan a aparecer misteriosos bolsones llenos de papel triturado y en donde se queman documentos oficiales a plena luz del día. Si una administración tan ecológica quema documentos en lugar de reciclarlos ¿qué tenían? Vaya usted a saber, pero podríamos acabar viendo a los trabajadores de la Junta haciendo desaparecer en el mar bultos envueltos en cemento de fraguado rápido. ¿Capisci?
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