Presuntos inocentes

Presuntos inocentes

23:07 • 09 abr. 2016

Todos, en España, estamos indefensos, valemos lo que unos vendos. Con anteponer “presunto” o “presuntamente” -y, ya ni eso- se hierra como a una res, con las mayores atrocidades, a quien se quiera. La Constitución consagra todo lo contrario, la presunción de inocencia: “tó er mundo es güeno”, como decía Summers, hasta que un Tribunal lo declare malo en una sentencia firme. Y no cabe invertir esa presunción de inocencia: “no puede obligarse al procesado a soportar la intolerable carga de probar su inocencia, lo que sería inconstitucional”, tiene declarado el Tribunal Supremo.
Sin embargo, con los “Papeles de Panamá” hemos doblado el Cabo de las Tormentas de la presunción de culpabilidad: todo el mundo es chorizo. Y no: la presunción de inocencia anula el refrán “piensa mal y acertarás”.
Escribió Calderón: “Tuve amor y tengo honor. / Esto es cuanto sé de mi”. Honor. Y el Alcalde de Zalamea remata: “[he de responder] con mi hacienda, / pero con mi fama, no; / al Rey, la  hacienda y la vida / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios”. 
Y, en España, hoy, tirar a la basura la buena fama del prójimo es un uso nacional. ¿De dónde, si no, ha tomado nombre la telebasura; qué, sino difamación de estercolero, es ese producto infame oficiado por canallas? Lo decía Ortega: “lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien”. La excepción. 
Los medios de comunicación prejuzgan y etiquetan de manera indeleble. Y las maléficas redes sociales y los partidos políticos, respecto de sus enemigos, ya no adversarios, con olvido de la advertencia de Azaña: “ninguna política se ha de fundar en la decisión de exterminar al adversario”.  Cada día más la Política es una fábrica de calumnias, la conjura de los necios.
El mismo Ortega decía: “se puede pensar que ese menester de veracidad es superfluo y aún funesto.” ¿Cómo va a no ser verdad –piensa la mayoría- lo que ha dicho la televisión o el periódico? El estigma mediático es como un tatuaje imborrable. Todos estamos en peligro: basta que cualquiera invente algo sobre  nosotros y lo publique, para que quedemos publicadamente condenados. ¿Por qué esta prisa de la sociedad en condenar a quienes constitucionalmente son inocentes? Prefiero mil culpables en libertad que un solo inocente en prisión, aunque sea en la sin rejas de la difamación, de la deshonra: de aquélla, al final, se sale; de ésta, jamás: la calumnia es el arma más devastadora porque contra ella la Justicia puede actuar pero contra sus efectos, nadie. 
Desde que, hace cuarentayvarios años, me inicié en el hermoso oficio de la Abogacía soy garantista y defiendo obsesivamente el derecho constitucional de la presunción de inocencia y soy enemigo acérrimo de la prisión provisional -clientes míos la padecieron, y fueron, luego, absueltos- que sólo entiendo cuando constituya el único  medio de asegurar el buen fin del proceso. No puede ser un método reblandecedor, una condena previa, imprejuzgada, una especie de pena de prisión a cuenta de una hipotética condena... Hay jueces que me aterran.
Hemos de poner como valor supremo de nuestras vidas la   Constitución, y ser apóstoles y esclavos de la ley para poder ser libres, algo nada nuevo, pues lo dijo Cicerón hace dos mil cien años. 
No podemos vivir en el país de la sospecha. Para condenar, hace falta la certeza. Por ello, estar incurso en un proceso penal en nada afecta a la inocencia: el proceso se inicia para investigar  en cuanto se presenta una denuncia, que puede ser perfectamente falsa, pretender sólo hacer daño. 
Si admitimos, como decía Proust, que nuestra imagen la dibujan los otros -la sociedad belenestebanesca- podemos acabar por darle la razón a Maura, quien, cuando le preguntaron qué hacer para evitar ser calumniado, respondió: “hacer lo que dicen que hacemos.” ¡Total: si va a dar lo mismo...!
Con la vida política de una persona sólo pueden acabar los ciudadanos, con su voto; la muerte; la dimisión, o una sentencia penal firme condenatoria que lleve aparejada la inhabilitación. Por ello, nadie puede ser forzado a dimitir o a no presentarse como candidato por el mero hecho de estar siendo investigado, a salvo, claro, el sentido ético de cada cual. 
¿Debemos matar al enfermo que presenta mal aspecto, o llevarlo al médico y actuar en consecuencia? Prefiero ser tomado por candoroso que hacer de emponzoñador, de maledicente, de insidioso: prefiero acatar en vez de violar la Constitución.
La inmensa mayoría de los políticos y de los ciudadanos españoles es honrada, pero no es, ésa, la imagen que trasciende. 
¡Basta, basta, basta! ¿A dónde va a llegar España? Un poquito, poco poco, de cordura...


Analfabetos, hoy Creía que el analfabetismo, como la viruela en Medicina, era una enfermedad cultural erradicada. Pero,  según el Ayuntamiento de Almería, en dos barrios de la ciudad la tasa de analfabetismo entre mayores de 14 años supera el 50%. Y la Junta de Sevilla sitúa a Almería casi a la cabeza de la región: en las mujeres mayores de 16 años, es el 5’7%; en los hombres, el 2’6. No de oído a ningún movimiento feminista clamar por esta situación.
El analfabetismo avanza. ¿Y la escolarización obligatoria? 
Es muy grave.


¿El buzón, dice? Una coplilla dice: “En mi vida he visto yo / lo que he visto en Almería / tapar la calle del aire / con piedra de cantería” 
Lo de Correos, a mi juicio, es todavía peor: en la oficina principal no hay buzón. Si Vd., es de los que, aún, escribe cartas o envía algo en su sobre con un sello que ha de repartir Correos, y, con lógica, se acerca a la Oficina para echarla en el buzón, no podrá. Y tendrá que dedicarse a recorrer la ciudad a ver si tiene la suerte de encontrar uno.
¡Ay, Almería de mi alma! 




Chus Lampreave Era una señora modesta, elegante y cordial. Cristina, mi hija, y Anna María tuvieron una relación de amistad con ella y con su marido, nuestro paisano Eduardo Moreno, alumno, en su día, de Celia Viñas.
Era una actriz gloriosa pero, en la vida de cada día, no fingía: era auténtica, como su amor por Almería: se adoptaron recíprocamente: hacía una vida normal de almeriense que ejercía.
He lamentado en el corazón su muerte. Le traslado mi dolor a su hijo, y me sumo a la propuesta de IU de dedicarle una calle.


 






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