El insulto del “Cha Ka Cha” del tren

Ir a Madrid o Sevilla en tren desde Almería es una experiencia solo al alcance del club de fans del santo Job dotados de un caudal de paciencia y sufrimiento superior al del pers

Pedro Manuel de La Cruz
23:16 • 09 abr. 2016

De todas las preguntas que se le podrían hacer a los representantes políticos que el jueves padecieron merecidamente el viaje a Sevilla en tren- ¿Qué han hecho sus partidos en los últimos treinta años para mejorar ese medio; por qué a cada decisión de un gobierno,como suspender frecuencias de viaje, le ha seguido otra peor como eliminar el servicio totalmente, como pasó con el nocturno a Madrid; fueron capaces, desde sus responsabilidades pasadas, de manifestar en público sus discrepancias con las decisiones tomadas o callaron por miedo a molestar al dedo que les eligió para ir en las listas? en fin, ya saben-, de todas esas preguntas que se le podrían hacer, hay una más primaria y que durante las 16 horas que duró el viaje (doce y media para recorrer el trayecto de ida y vuelta y cuatro para manifestar la protesta al Parlamento; vaya proporción entre el tiempo dedicado a la protesta y el imprescindible para hacerla llegar), hay un interrogante que, quizá, nunca sabremos: ¿Cuántos de ellos han viajado a Sevilla o Madrid en tren, alguna vez o cuantas veces, en los últimos años? Apuesto que la respuesta sería cuantitativamente mínima. Y no les culpo por ello. 
Ir a Madrid o Sevilla en tren desde Almería es una experiencia solo al alcance del club de fans del santo Job dotados de un caudal de paciencia y sufrimiento superior al del personaje bíblico. Estamos tan maltratados que las vías por las que llegamos a las dos capitales separan más que unen.
La escenificación del jueves es un peldaño más en una escalera reivindicativa en la que coinciden la queja y el desencanto, la decepción y la protesta, la esperanza de la voluntad y el pesimismo del acumulado histórico. El trabajo de los colectivos que luchan por la mejora decidida de las conexiones ferroviarias es admirable. Quienes lo integran saben mejor que nadie que la escalada será larga y salpicada de falsas mesetas revestidas de mentiras preelectorales y oportunistas. 
Pero su tesón es formidable. Tanto que, en la mochila de su experiencia, llevan acomodado el olvido de los poderes públicos y la pasividad de la mayoría de los almerienses. Porque han sido y son los almerienses los que han contemplado desde el apeadero de la indiferencia cómo se han ido perdiendo, en la melancolía ferroviaria del horizonte y uno tras otro, todos los trenes de la modernización y la mejora.
Los almerienses nunca han hecho nada por el ferrocarril; no sólo por la mejora de ese sistema de comunicación entre territorios; tampoco por evitar su deterioro. Así nos va y, lo que es peor si no cambiamos, así nos irá.
El gesto del jueves acabará siendo una raya en el agua; bella, pero efímera al cabo. Un gesto elogiable, pero más cerca del desahogo emocional del trueno que de la estrategia reivindicativa de la lluvia interminable. Han ido, hemos ido a Sevilla, a reivindicar a un gobierno en Madrid que no gobierna, a un parlamento regional que oye pero no decide y a una capital a la que las comunicaciones con Almería le importaron siempre poco y, demasiadas veces, nada.
A esta primavera perdida de gobierno imposible, le seguirá un verano acalorado de negociación y un otoño de acuerdos inevitables. Será a partir de entonces cuando habrá que echar el resto porque la Alta Velocidad- y este sí es el caballo de hierro verdadero de la provincia- o se pone a andar en la próxima legislatura o entrará en vía muerta para siempre.
Estoy convencido de que este último tren no lo perderemos, que el AVE llegará a Almería y romperá el aislamiento que tanto perjuicio nos provoca. Si no es así, si los túneles del AVE en Sorbas acaban siendo, como el pantano de Isabel II en Níjar, una pieza más del museo de las frustraciones almerienses, la culpa será del gobierno, de los políticos y de las administraciones. Pero también de todos nosotros que, más de cien años después de la llegada del ferrocarril, todavía no hemos sido capaces de darnos cuenta de la importancia que el tren tiene y tendrá en el desarrollo de la provincia. Y es que, lamentablemente, llevamos más de cien años sin darnos cuenta que así no vamos a ninguna parte.







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