Si un almeriense, en la Cochinchina, oyese decir “¿qué éh lo que éh?”, respondería “pos ya veh”, y correrían, los dos paisanos, sin preguntarse siquiera por su paisanaje –que darían por descontado- a abrazarse y tomarse unas cervezas.
Esa pregunta es tanto el inicio como el fin de muchas conversaciones, una especie de saludo, de despedida, de nada… Una patente de almeriensismo… que hace complicado entender cómo somos quienes vivimos en la provincia corner, arrumbada en la esquina caliente de España, “La Vela Blanca” del Cabo de Gata. No en balde, Jean Sermet escribió: “en Almería, late un alma insular”. Podría reescribrlo.
Tal vez ayude, para definirnos, saber que en una vieja escritura de compraventa de una finca de Mojácar se decía que lindaba “con Orán, mar por medio”.
El mar, pues, no es un separador, sino lindero, vía de paso, senda de unión. Y el mar es el Mediterráneo que, según Gaudi, significa “mar de en medio”. Pero nosotros vivimos arrumbados en una esquina… aunque no somos esquinados. Incluso diría que todo lo contrario: de una bondad enciclopédica: en el Espasa se lee: “los habitantes de esta provincia son de costumbres morigeradas y respetuosos con la autoridad; carácter alegre y festivo, aunque acompañado de cierta gravedad y sencillez, franco, social y compasivo. Su ingenio es perspicaz y su imaginación viva...”
También el torero don Luis Mazzantini era de la misma opinión: el 12 de agosto de 1893, tras torear desastrosamente en nuestra Plaza, dijo: “¡Qué público más bueno, ha debido matarme!”
Y diez siglos antes ya había escrito El-Saqundi que éramos “generosos, de buen natural, muy hospitalarios y leales en extremo”.
Se dice, también, que somos cordiales, compasivos, amistosos, emprendedores, familiares, pero, a la vez, cipotes, cebollos, descuidados, inconstantes, un poco veletas… y, siempre, resignados.
¿Me equivoco si digo que somos un pueblo viejo, inmigrado, reciclado, fruto de nuestra ubicación geográfica de encrucijada y de nuestra historia de simbiosis?
En todo caso, Almería es una tierra, y, los, almerienses, un pueblo, lleno de contrastes. Si juzgara por mí y se pudiera generalizar, me atrevería a decir que los almerienses somos raros. Creo que no somos tópicos, usuales, e influyen en ello -creo- tres factores que nos han marcado: la insularidad; haber sido, siempre, tierra de frontera y las migraciones, tanto centrífugas como centrípetas.
Y tiene Almería algo de esquizofrénica, desilusionada, abúlica, desinteresada, estoica…, quizá por su convencimiento de que la autoestima, por sí sola, nada vale; de dar por bueno que lo que tenga que ser, será; y cuando tenga que ser… o no será. Pero, eso, más que resignación, es desidia, una especie de esperanza demorada. Quizá Almería crea que no hay incumplimientos, sino demoras. En eso, es cachazuda.
Almería ha sido, casi siempre, sujeto pasivo. Y esa pasividad proverbial se lo pone muy fácil a los políticos, pues hace que Almería, de mandante, pase a mandada. Nos falta un alma común, “el alma almeriense”: somos individualistas feroces; cá uno es cá uno -y hace sus caunás- es una expresión característica y muy oída en Almería.
Cada almeriense, aisladamente considerado, es un emprendedor nato, una locomotora imparable. El “milagro almeriense”, su desarrollo espectacular, es la prueba: una de las tierras más antiguas de España está hoy –pese a los impedimentos de la Junta de Sevilla- a la cabeza en tecnología: la Plataforma Solar, el Observatorio Astronómico de Calar Alto, los Parques Eólicos, el Centro Tecnológico de la Piedra, los sofisticados sistemas de cultivo, la investigación universitaria y sus patentes…
Es, pues, un cóctel raro al que también se han sumado los almerienses emigrantes y retornados, y lo que están aportando los inmigrantes, hasta el extremo de que uno de cada cinco niños nacidos en Almería tiene madre extranjera, inmigrada. No es de extrañar así que, desde siempre, en Almería, para triunfar, se lleve mucho ganado si se es forastero finolis: desde político –el cunero es un clásico- hasta Obispo, pasando por todos los quehaceres que usted imagine. Llamarle, hoy, Babel o Babelia a Almería no sería un desatino.
Con todo ese batiburrillo, ¿cabe responder a la pregunta de “quiénes somos almerienses”? Yo, me pierdo. Pero me consuela que el sabio Sócrates dijese que es poco menos que imposible conocerse uno a sí mismo.
Al menos, sé que somos moderadamente libres. Y buena gente.
¿Se nota mucho que no quiero hablar de política, que estoy harto y asqueado de la vergüenza que vivimos?
Más presuntos inocentes El domingo escribí sobre la presunción de inocencia: salvo condena en firme, todos somos inocentes. ¡Pues no! Ahora son presuntos culpables el ministro Soria, el alcalde de Granada –detenido, quizá ilegalmente, en una ultrajante caravana policial, y liberado sin declarar siquiera ante nadie- Bertín Osborne, Mario Conde y sus hijos, Aznar, Manos Limpias, Ausbanc… Y el acojonado PP suspendió -¡ya!- al alcalde y Ciudadanos anunciado moción de censura.
¡Vergüenza de país que un día fue un Estado de Derecho!
Seamos realistas, pidamos lo imposible El Mayo del 68 francés marcó mi vida. La Ciudad Universitaria de Madrid era un hervidero. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Zamora, libertaria, quiere puerto de mar” fueron eslóganes definitorios de aquella fiebre.
Fue un movimiento juvenil no anti sistema, sino contra el sistema. Ahora, casi por igual motivo, París está ocupado por los de “La noche en pié”.
Aquí tuvimos el 15-M, transformado en Podemos. Estos movimientos juveniles mueren cuando los jóvenes se hacen mayores: se aburguesan.
Pobreza irredimible Según un informe desolador de Cáritas el 80% de los niños pobres lo seguirán siendo de mayores: la espiral de la pobreza. Y el mismo porcentaje de hijos de padres que no alcanzaron la Primaria no han conseguido completar los estudios de Secundaria.
El domingo pasado hable sobre el analfabetismo. Creo que en la base de todo hay un problema de educación que, en España, lejos de solucionar nos empeñamos en agravar.
Para todos los Gobiernos, lo primero ha de ser antes.
Pero ¡estamos en la España de los necios!
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