Cuando su hijo, emperejilado y pálido, preguntó sin pudor a María la Recovera que si todos los huevos presentaban el mismo color enmudeció y aparte de cierto sonrojo sintió una profunda pena que le hizo recordar muchos años atrás el incierto día en que hubo de abandonar el pueblo, primero para estudiar, y después para ejercer su profesión liberal en la gran ciudad .Me lo contaba un paisano amigo que volvió al pueblo para pasar la última Semana Santa. Argumentaba el origen del comentario en la gran ignorancia urbanita que afecta a muchos niños de entornos de la urbe, incluido el suyo propio, que no han tenido la suerte de jugar entre gallinas, de correr tras los rebaños de cabras al caer la tarde o de montar a lomos de entrañables jumentas. Recordaba la curiosa conversación mientras leía la convocatoria de la feria del ganado de Tarambana, celebrada este último fin de semana, “un importante evento con que se persigue proteger las tradiciones y la cultura popular de los tiempos en que se utilizaba el ganado…una de las mejores oportunidades para que los jóvenes tomen conciencia y aprendan sobre la utilidad que ha tenido el uso del ganado, como los mulos, caballos, burros, o las crianzas de cerdos, gallinas y conejos para consumo familiar”. Quedé perplejo entonces y recordé otra convocatoria, la de escuela de pastores que el pasado año se celebró en Vélez Blanco y la de este ejercicio ya ha comenzado en Loja, una actividad promovida con la misma finalidad que las Jornadas de Tarambana. Me acordé de Daniel el Mochuelo, el traumatizado niño de la asombrosa novela “El camino”, del maestro Delibes, que hubo de irse a la ciudad y que nunca entendió la vida más allá del aroma de heno recién segado y de resecas boñigas. Me pregunté cuántos “Mochuelos” padecen hoy involuntariamente la ajetreada vida urbana, y cómo ahora hay que intentar enseñar los hábitos y modos de vida que se han acribillado impunemente en nuestros pueblos. Y cómo se han disipado el encanto y la fascinación de un tiempo que sin piedad y con torpeza se nos ha escapado entre los dedos. Son tiempos irremediablemente perdidos.
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