Ya nos lo decía la añorada Lina Morgan en Vaya par de gemelas: “Lo que antes era pecado, ¿se acuerdan? Que todo el mundo te decía: es pecao, es pecao, Hijo, ahora te duele la cabeza y te dicen: ná dale al kiki y se te pasa”.
Hemos pasado de vivir asustados y atemorizados a desear sobrepasar todo límite conocido. De la censura hemos pasado a cargar de sexo y violencia los productos audiovisuales tanto que se ha llegado a poner anuncios para prevenir los suicidios, especialmente entre los más jóvenes (The Magicians).
El nivel de violencia explícita ha aumentado (Kill Bill, Saga Saw, La Pasión de Cristo, 50 sombras de Grey o Dexter y Hannibal) y la incorporación de escenas “gore” (alto contenido de violencia explícita) cada vez se perciben con mayor naturalidad.
Lo mismo sucede con la sexualidad. La cámara, quizás como el ciudadano oprimido durante años, ya no tiene pudor y lo que antes se llamaba pornografía, ahora pasa inadvertida por subliminal. Poco a poco la tolerancia ante el sexo y la violencia se va ampliando precisamente con una intención comercial. De esta forma, se manipula al espectador que termina pegado a la pantalla y con la necesidad de “un capítulo más”.
Esta corriente moderna de “pansexualizarlo” todo ha alcanzado a las series de TV (Master of Sex, True blood, Sexo en Nueva York, Empire o Juego de Tronos). Como decía recientemente Lorenzo Silva en La Voz de Almería sobre Juego de Tronos, en general las subtramas de esta serie tienen que ver con una apuesta por el gore y la pornografía light. .
Hoy parece que volvemos a vivir un nuevo Mayo del 68, donde una revolución popular, sana en origen, desencadenó un movimiento de liberación que terminó con consecuencias sociales y familiares inesperadas (Soñadores, de Bertolluci).
El cine y las series de TV han de tener un componente de entretenimiento pero no son, si son arte, atajos de huida para no afrontar la realidad cotidiana sino todo lo contrario. Cuanto más miedo nos dé vivir, más burbujas ficticias nos crearemos para compensar nuestra falta de protagonismo. Terminamos con un fragmento de El principito: “No se ve bien más que con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
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