El acuerdo Podemos-IU supone un vuelco muy importante en el panorama político español inmediatamente después de la disolución del Parlamento. Y no tanto por las consecuencias que el pacto ha de tener en la futura matemática parlamentaria como por los efectos positivos de la demostración de que el impasse era y es superable.
Lo de menos es que el partido de Pablo Iglesias y sus allegados haya revalidado su protagonismo político. Lo más importante es que el eje Iglesias/Garzón significa un cambio sustancial frente a todo lo que llevábamos soportado desde el 20-D. Los efectos del acuerdo van a suponer un serio factor de dinamización política sin negar que entrañan un visible contratiempo para el resto.
Efectos especiales va a tener en ese porcentaje de ciudadanos que habían entrado en zona de desesperanza, los cuales sin duda van a reaccionar, aunque no necesariamente todos para engrosar las posibilidades de victoria electoral de los protagonistas del acuerdo.
Lo que sus adversarios no deberían hacer es dejarse envenenar por lo sucedido y seguir con esa actitud de torpeza reactiva, que lo único que conseguiría es contaminar de nuevo el ambiente y hacer más difícil una evolución positiva de la situación.
Me refiero en primer lugar al PSOE, ya que este partido no puede ignorar que está llamado a entenderse con la nueva coalición, tanto por sacar al país de la ingobernabilidad como para evitar el deterioro de su propia organización.
Convendría también que Ciudadanos obrara inteligentemente y que el PP no siguiera en esa actitud catastrofista frente a la posibilidad de un Gobierno de izquierda.
A Rajoy, especialmente, le recuerdo que tienen fundamento las críticas que se le han dirigido por sus cuatro años largos de gobierno y por su blandura con la inconmensurable dimensión de las prácticas corruptas de su partido. Pero quédense los lectores sobre todo con la sacudida de cambio que se nos ha ofrecido.
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