La fotografía hace tiempo que dejó de ser la mirada de un observador captando la belleza en el instante decisivo. Hoy, los mejores fotógrafos son artistas interesados en disciplinas tan dispares como la pintura, la poesía o la música, creadores de escenografías donde el artificio y la representación ofrecen nuevas posibilidades a un medio de expresión que representa como ningún otro la modernidad. Pero más allá de esa versatilidad, lo que gravita a favor o en contra del artista contemporáneo es la impronta personal de su imaginario, de su obra, que tiene que ser y singularizarse frente a tantas obras ya conocidas, y que sólo puede construirse desde “la verdad que está enterrada en uno”, por decirlo con palabras de Francisco Brines.
Las raíces del guatemalteco, Luis González Palma, se hunden en una tierra de contrastes, y se alimentan en ese sustrato compuesto, al mismo tiempo, de religión y magia, de tradiciones indígenas e historia del arte. Una cultura que se forja entre sociedades bien distintas con sus paradojas y desencuentros. Pero el fotógrafo ha sido capaz de hilvanar un relato de esa cultura mestiza, a través de una mirada que se reconoce admiradora del Renacimiento y el Surrealismo, por citar solo dos estilos artísticos que demuestra conocer muy bien, y sobre determinados arquetipos de una identidad, la indígena, que le sirven para desmontar algunos tópicos sobre la belleza. Sus retratos reflejan, tras la pátina que deja el betún de judea en el papel fotográfico, la huella del tiempo y la mirada de unos ojos temerosos o sorprendidos, la de esos hombres y mujeres que son, en estas fotografías, lo que fueron en su época los modelos florentinos, afirmando así que la belleza no distingue entre razas ni clases sociales porque es el reflejo del alma.
En muchas de estas fotografías esos rostros nos descubren un antiguo dolor, también la emoción conservada a pesar del pulso de la Historia, por eso al contemplarlos sentimos “tanta culpa y tanta belleza“, como diría el poeta Czesław Miłosz, y su aureola de misterio.
Pero en esta exposición Constelaciones de lo intangible, que el CAF presenta en Almería, pueden ustedes ver diferentes obras en soportes y técnicas, a veces formando parte de una escenografía que completa su sentido, y siempre con el lirismo que subraya la intención estética de un autor que no olvida, sin embargo, la razón crítica de su trabajo. No es muy frecuente encontrar un universo creativo tan enraizado en los orígenes, y al mismo tiempo tan rabiosamente moderno como el de González Palma. Sin duda, una de las mejores exposiciones que hemos visto, en los últimos años, en Almería, donde no todo lo que brilla es oro.
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