Nunca sabrá por qué ha sido en primavera. Tampoco es que se preocupe mucho por las respuestas o explicaciones que tal vez solo el azar, el destino o, como dicen, el sino saben ofrecer. No emplea mucho de su escaso tiempo en indagar factores, a simple vista inexplicables, o se aplica en tozudas averiguaciones que a buen seguro nada relevante le van a aportar. Pensó dejarse llevar por el discurso del tiempo, por la incertidumbre de la vida y caminar sus pasos por las nuevas sendas abiertas. A fin de cuentas así había actuado cuatro décadas antes, cuando la rebeldía juvenil le había imbuido en la inquebrantable lucha de la militancia contra el régimen, una militancia activa que ejerció al servicio de sus correligionarios con la mejor herramienta que su oficio había puesto en sus manos: una primitiva cámara fotográfica con la que denunció las tropelías, los abusos y los excesos de las fuerzas del régimen, entonces llamadas del orden. Junto a las piedras, tirachinas y contenedores de la clase obrera, las numerosas batallas de aquella interminable guerra contaban con un testimonio tan incómodo como eficaz. Las fotografías hablaron por si solas y visibilizaron, dentro y fuera de nuestras fronteras, las duras e inhumanas condiciones de vida de muchos ciudadanos bajo el yugo de la opresión y el silencio. Pero aquel sentido activismo, nacido en lo más profundo de las convicciones de la impía y utópica izquierda, tenía un precio personal que el atrevido reportero nunca llegó a calibrar. Las carreras a galope, las huidas improvisadas para evitar caer con los clichés en manos de la policía franquista escribieron muchos renglones de aprendizaje e imprimieron otras tantas páginas de clandestina solidaridad. Fueron numerosos los relatos acumulados en silentes capítulos de militancia que alimentaron la agitada vida de nuestro reportero gráfico. Historias que velaron en parte su vida personal, situaciones que minimizaron su vínculo familiar, episodios que alejaron su relación con el hogar, donde la preocupación y hasta el sufrimiento habitaron con frecuencia. Cuarenta y tantos años después, el azar, el destino o el sino han obsequiado al reportero una nueva oportunidad: la dicha de agradecer y de compartir cariñosamente la vida con quien se la regaló. Y ha sido en primavera, una nueva primavera.
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