Cumplir la ley no es lo mismo que hacerla cumplir. Esa diferencia de matiz ha provocado desde dolores de cabeza a revoluciones y guerras. En este sentido, la final de Copa de SM El Rey de fútbol entre el Sevilla y el Barcelona nos va a deparar hoy otro ejemplo de lo difícil que es activar los mecanismos legales previstos para evitar lo evidente. Les supongo al tanto de todo el lío que se ha montado a raíz del dictamen de la Junta de Seguridad que prohíbe la exhibición en el estadio de banderas independentistas, respaldado por informes de la UEFA, de la Liga y de la Federación Española de Fútbol, en los que se subraya lo que todo el mundo sabe y que todo el mundo ha venido permitiendo: las esteladas no son emblemas deportivos, sino enseñas políticas que pueden suponer un factor de tensión o riesgo en un acontecimiento multitudinario. Y como en este sentido la ley es clara, no habría más que aplicarla. Y punto pelota. Pero naturalmente, esa factoría de dolencias y agravios que es el Barcelona FC, ya ha elevado quejas formales por lo que considera un atentado a la libertad de expresión y otros lamentos habituales en quien pastorea a los suyos con la milonga del sojuzgamiento. Un asunto complicado, ya digo, porque todo el mundo habrá de, como dice el extraordinariamente cursi Pablo Iglesias, cabalgar sus propias contradicciones. Primero la autoridad, por ponerse ahora meticulosa con una norma que debiera haber sido aplicada tajantemente la primera vez que alguien empleó un acontecimiento deportivo para el activismo político silbando al Himno y al Rey. Partido suspendido y exclusión de la competición a los equipos que facilitaren o animaren la vulneración de la ley. Y como las banderas, lo del Barcelona también tiene tela, por insistir en participar (con brillantez, por cierto) en competiciones de un país al que dicen no pertenecer, para ganar y exhibir con orgullo la copa que entrega el jefe de un estado del que no quieren formar parte. Así que no manden policías; mejor manden psiquiatras.
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