Que nadie ponga sus sucias manos sobre el agua

En los últimos meses ha habido demasiados almerienses y a través de partidos, organizaciones sectoriales o instituciones que se han acercado a los problemas del a

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 22 may. 2016

Si los políticos almerienses de ahora quieren pasar a formar parte de la galería de personas que contribuyeron al desarrollo de la provincia tienen un camino fácil. Si, por el contrario, a lo que aspiran es a pasar a la historia de su partido por la impostura de haber intentado cosechar un puñado de votos de forma mezquina, también es fácil el camino. 
Para conseguir que en el futuro se les recuerde con afecto democrático solo hace falta que asuman la urgencia de no caer en la tentación de utilizar el agua como metralla partidista. Si, por el contrario, les resulta indiferente ser recordados como integrantes de una banda de forajidos electoralistas sin escrúpulos sólo deben abandonarse con pasión al tactismo de incendiar con el agua el porvenir de las futuras generaciones. Hace más de treinta años  aprendí de un diputado provincial una frase que, desde entonces, siempre me ha acompañado por su certeza sociológica: Pedro- me dijo- el agua es el líquido que más calienta. No hablaba de termodinámica.
En los últimos meses no han sido pocos los políticos, instituciones o agentes sociales que se han acercado al agua con la intención de convertirla en dinamita para agredir al adversario, sin darse cuenta que, con su torpeza en el laboratorio cortoplacista la política, pueden acabar convirtiéndola en un arma de destrucción masiva. 
Almería y el agua han sido dos realidades milenarias de imposible coincidencia; las dos caras irreconciliables de una moneda con dos cruces enfrentadas. No fue hasta mediados de los cincuenta cuando la inteligencia y la tecnología que posibilitó la apertura de los primeros pozos en el campo de Dalías se abrió paso en la cordillera geoclimática que les separaba y, desde entonces, no ha sido corto el camino recorrido en la búsqueda de esos dos ríos que se antojaban de inalcanzable confluencia.
Almería, la provincia donde habita desde hace mil siglos el mayor desierto de Europa, se ha convertido en el territorio más moderno de la horticultura continental con un gran bosque de más de treinta mil hectáreas bajo plástico. Una revolución sin balas hecha solo con los disparos de la inteligencia en movimiento ejecutados por quienes han sabido alcanzar el milagro científico-técnico de convertir una gota en un metro cúbico.
Cuando yo era un joven que viajaba en los veranos hasta el campamento de Aguadulce o las colonias infantiles de la capital, a través de las ventana de la Alsina me sorprendía siempre que nadie borrara dos pintadas esculpidas como lamentos al sol en dos muros de mampostería al borde la carretera que “desunía” el antiguo empalme de Overa con Almería. “Más Agua Viva Franco” gritaba una; “Más árboles”, clamaba la otra. Las dos permanecían inalterables desde que fueron escritas, tal vez, en aquellos días de la primavera del 61, en los que el dictador visitó la provincia más pobre de España para salir en el NODO.
Entonces tenía yo poco uso de razón política, pero no podía evitar la sorpresa de que a nadie se le hubiera ocurrido borrar aquella reivindicación popular ante la posibilidad de que pudiera molestar la soberbia autoritaria del general golpista. El tiempo me desveló que aquellas reclamaciones nunca podrían molestar a quien, en su delirio neofascista, se autoproclamó caudillo “por la gracia de Dios”. Franco y la divinidad tenían bien delimitadas entonces su jurisdicciones. El primero mandaba en la tierra; el segundo en el cielo y, al cabo, el agua llegaba de las nubes, un lugar- quizá el único- en el que el dictador no tenía competencias.
El párrafo anterior puede acercarse a la consideración de recurso literario, pero no lo es. 
El origen del error que continua marcando la relación entre Almería y el agua es que hay muchos almerienses, demasiados, que continúan considerando que el líquido que bebemos y riega nuestros campos es un don divino por el que no hay que pagar nada (o casi nada), solo plegarias.
 Esa teología doméstica ha sido y es la que nos induce a valorar como carísimo lo que, con otra concepción menos medievalista y más identificada con la realidad y no con fantasmas bíblicos, sería considerado como un bien escaso al que hay que cuidar y por el que hay que pagar.
Hay quejas justificadas; y, en la mayoría de los casos,  necesarias, imprescindibles. Otras no lo son. El agua es cara- o solo es cara- si se parte del concepto erróneo de considerarlo un recurso concedido de forma intermitente por la “gracia de Dios”. Y no. No tiene que ver ni con Dios ni con su gracia. Tiene que ver con la geografía, con la climatología y con la ciencia. Quien abastece de agua a las poblaciones y a los campos es la ingeniería y la tecnología aplicada a los embalses, a la extracción subterránea, a la reutilización mediante productos químicos de la ya utilizada, a la desalinización y la optimización de su uso.
Reconozco que la iconografía barroca de procesionar detrás de un santo bajo el sonido rutinario de la plegaria rezando letanías para que llueva o deje de llover- aquí no tenemos término medio- es mucho más atractiva que la visualización de una planta desaladora o una estación depuradora. El incienso huele mejor que la química. 
Pero el milagro almeriense no lo ha hecho la santería, lo ha hecho la ciencia y la investigación y su aplicación práctica tiene un precio y hay que pagarlo. Como el petroleo, necesario para transportar los productos o producir plásticos; como el alambre y el acero, con el que levantamos los invernaderos; como las semillas, que producen más y con mayor calidad. En la agricultura el agua es el mayor y el más importante aliado, sencillamente porque es el combustible imprescindible sin el que la industria agroalimentaria almeriense no podría funcionar. Y nadie debe jugar con ella. Hay que mimarla, no convertirla en un instrumento de mercaderes sin conciencia y sin mesura.
Como tampoco nadie debe jugar con el agua para abastecimiento público. Hay que sacar ese contencioso, que tanto y tan airados pone a los ciudadanos, del debate partidista. El “agua de boca” no es cara en Almería. Que una familia de cuatro miembros page cincuenta céntimos al día para satisfacer todas sus necesidades- todas- no es una agresión a la sostenibilidad económica familiar. 
He buscado lo que paga una familia estándar almeriense por el consumo diario y los datos no soportan la demagogia: 0,45 euros/día en la capital; 0,48 en el levante; 0,51 en el poniente. Son datos medios, pero, de su lectura, es desmesurado fomentar interesadamente la conclusión de que el agua es un bien con un coste desmesurado con el que jugar utilizándolo sin escrúpulos cuando se está en la oposición o sin vergüenza cuando se ocupa el poder.
 Dejen los partidos y las organizaciones sectoriales el agua alejada de la guerrilla política y no caigan en la tentación de abrir una Guerra en la que nadie ganaría porque todos seríamos derrotados en la última batalla.
Pedir a una sociedad tan cainita como la española en la que el acuerdo se confunde con los peligrosos límites de la traición y la búsqueda del consenso lleva implícita, no la inteligencia de quienes lo practican, sino, qué torpeza, una supuesta debilidad de quienes tratan de encontrarlo, se antoja quimérico. 
Pero si a nivel nacional un acuerdo general sobre los recursos acuíferos y su uso a través de una “tarifa plana” (sí, sí, no se alarmen: si el combustible, la luz o el gas parten de un coste mínimo igualitario, ¿por qué no hacer lo mismo con el agua, con los matices necesarios?), si a nivel nacional, digo, esta red de autovías entre cuencas se ha demostrado imposible por ausencia de solidaridad interterritorial y abundancia de mezquindad nacionalista, ¿por qué no intentar un pacto por el agua a nivel provincial en el que todos se comprometan a sacar el tema del debate sectario del partidismo y el interés grupal?
Escribió Sun Tzu que la mejor victoria es la que no se gana en el campo de batalla. Han pasado más de dos mil quinientos años desde que el general chino lo dejó escrito en el mejor tratado de estrategia de la historia. ¿Vamos a ser los almerienses tan torpes de no ser capaces de aprender una lección tan simple y batirnos a campo abierto en una batalla en la que solo habrá vencidos?
Que nadie ponga sus sucias manos sobre el agua. 







Temas relacionados

para ti

en destaque