Esta semana que pasó me topé con una noticia consoladora en medio de la inextricable selva socioeconómica que vivimos y sufrimos. Me refiero a esos cuarenta millones que ha dado don Amancio ortega, presidente de Inditex, para el tratamiento radiológico del cáncer en Andalucía. El más tonto se da cuenta que con actuaciones de esta índole se hace más amable el sistema más capitalista que nos envuelve. Capitalismo sí, pero de rostro humano. A la riqueza se llega por la conjunción o la confluencia, como ahora se dice, del capital y el trabajo. Que gran parte de los beneficios de ese trabajo entren a mejorar la vida de los trabajadores forma parte de la mejor doctrina social. Pero hay quien se empeña en que el capitalismo sea profundamente salvaje. Por algo se oponen a los desahucios. Por algo apoyan los sueldos precarios sin escandalizarse del despido libre que tanto ha contribuido a la engañosa recuperación. Pero eso no es lo peor. La derecha sabe organizarse y cuando alcanza el poder decreta el ajuste económico como norma “austericida”. No les importa que hayan incumplido alevosamente el objetivo del déficit. Ahora andan enviando cartas a las autoridades europeas diciéndoles que el año que entra, si ganan las elecciones, cumplirán sin falta sus compromisos. Y todavía quieren que la izquierda no desee echarlos del poder. Ay la izquierda, ¿ Cuándo aprenderá la lección? ¿Cuándo dejará de preguntarse si son galgos o podencos para ir derechamente a lo que importa.? Porque esa es otra. Los defensores del capitalismo salvaje tienen quien les escriba. Aprovecharan el miedo al cambio para recordar todos los terrores habidos y por haber de la historia. Pero, oiga, a ver si no entendemos. Nadie ha pedido quemar la Constitución del 78. Allí se dice bien claro que los españoles aprueban un orden social y democrático de derecho. No todo puede consistir en hacer recortes a la educación, a la sanidad, odiando la cultura y la investigación y mandando nuestros jóvenes al extranjero. Julio Camba se reía de la facilidad que tiene el capitalismo salvaje de amontonar dinero. Amontona tanto que luego cede sus trampas al sector público. Con este fiasco viven algunas instituciones.
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