No escribiría una línea, en los términos que siguen, sobre el anunciado procesamiento de Manuel Chaves y José Antonio Griñán de no estar convencido de que son dos ciudadanos honrados. Han sido negligentes como administradores de bienes público y por eso van a ser juzgados y, presumiblemente, condenados. Han metido la pata, pero no la mano.
Viven horas de infortunio y la derrota es huérfana. Con la sola excepción de Felipe González ("Pongo la mano en el fuego..."), reconozco que el bosque de espaldas presentado por otros dirigentes del PSOE me ha parecido obsceno. Quien se lo debe todo: carrera, posición y poder -me refiero, en primer lugar, a la ciudadana Susana Díaz- hace tiempo que les había descontado. ("Susana nos ha matado"- Griñán dixit).
Ni les invitaban a señalados actos del partido, ni han salido de su boca las palabras que inspira la gratitud. Díaz se lo debe todo a Griñán y cuando digo todo, no exagero nada. En el infortunio es cuando se conoce a los amigos. Griñán ya sabe lo que puede esperar de Susana Díaz. También a ella la llegará el día en el que tenga que contar los amigos.
El caso de Pedro Sánchez, es diferente, pero al final del camino confluye la misma idea de frialdad. De nadie conoce a nadie y sálvese el que pueda. Manuel Chaves ha sido presidente del PSOE, el partido al que Sánchez llegó por arriba en un momento determinado. Lo encontró bajo de moral y más bajo aún de respaldo electoral, pero con todas la luces encendidas. Quiero decir que Pedro Sánchez no es Adán. Que encontró toda una organización dispuesta a apoyar sus iniciativas. Que cuando le han preguntado por el procesamiento de Chaves y de Griñán se ha ya limitado a decir que él, Sánchez, "es un hombre limpio" y que el Gobierno que forme, será " un Gobierno honrado", da la razón a quienes le describen como un político frío y ambicioso. Los rasgos de su personalidad que le han labrado fama de persona distante y nada empática.
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