Más p’acá que p’allá

He vivido un tiempo intensísimo. La soledad hace agradable la vida con uno mismo, hablar yo con yo. He resuelto el enigma del tiempo: me interesa el futuro porque es don

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 05 jun. 2016

Le agradezco a la vida que me hiciera nacer en un tiempo irrepetible, intensísimo, velocísimo: cayó la bomba atómica cuando yo estaba aún en la tripa de mi madre..., y el Barcelona ganó la Liga al Madrid por ¡un punto! Hoy es siempre todavía. En España había matriculados sólo 4.309 vehículos. Una docena de huevos costaba 9 pesetas mientras que un plancha eléctrica sólo 20... Fui uno de los 26.992.166 españoles de la época... ¡Han pasado, como un rayo, setenta años!
He tenido tres Jefes de Estado, ocho presidentes de Gobierno, siete Papas, once alcaldes, doce elecciones al Congreso y trece al Senado, he pasado del Estado unitario al caótico actual, casi fallido, de los diecisiete reinos de Taifas, algunos independentistas...
Y estoy cerrando el círculo perfecto: tras haber creado una familia, vivo, solo, en la misma casa de la que salí solo para casarme. 
La soledad tiene de bueno que hace agradable la vida con uno mismo, hablar yo con yo..., y, sorprenderme a veces, como el viernes, cuando en el extra sobre la Virgen de La Soledad se publicó con mi foto un artículo que nada tiene que ver con el que envié: “Virgen de la Compañía”. Me consuela John Lennon: la vida es lo que va pasando... por raro que sea.
Y si, además, no se es víctima de facebook, twitter, whatsapp, instagram y similares, se puede emplear tiempo en pensar. Por ejemplo, en la fortuna de haber llegado a la vejez, pese a que, a mi edad, casi todo sea pasado y me quede poco p’allá: he resuelto el enigma del tiempo y desterrado las soluciones teóricas: Quevedo: ya no es ayer, mañana no ha llegado, /  hoy pasa y es, y fue, con movimiento / que a la muerte me lleva despeñado. San Agustín: el presente existe, pero no perdura y, en cambio, el pasado y el futuro tienen duración, pero no existencia. Prefiero soluciones pragmáticas: Jorge Manrique: andamos mientras vivimos. Shakespeare: el pasado es, sólo, un prólogo. Woody Allen: me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Y Benedetti: cada instante / es también un copioso universo.  ¡Cuánto se puede hacer, sentir, vivir -incluso morir- en un instante! 
Con el vivir instante a instante -en esencia, el carpe diem- mi vida aún irá p’allá,   pero sin llegar al absurdo de tener nostalgia de cosas que aun no han sucedido porque sé que ya no sucederán, por lo que no entiendo a la gente que se afana en que los buenos propósitos para el futuro se queden en felicidades hurtadas al pasado cuando todavía era presente y, por ello, posible, y ya irrecuperables. 
“Arde en mi corazón fuego sin humo / y el calor no se muestra por defuera”, como decía Ausiàs March: la vida es una cuestión de intensidad, no de extensidad: vivámosla, bebámosla, a tope, hasta agotar el barril del tiempo, sin esperar a que la muerte nos cure de la vida. Hagámosle caso a Ronsard y cojamos “ahora mismo, las rosas de la vida”. ¿Coge esas rosas la España de hoy?
A mi edad se es mucho más consciente de que, como dice Mía Couto, el cuerpo está hecho de tiempo: la vida es, literalmente, un pasatiempo: el pasar el tiempo. Según el Diccionario, “diversión y entretenimiento en que se pasa el rato”, lo que, por un lado, no es exacto y, por el otro, dramático. Puede no ser exacto lo de la diversión y el entretenimiento, y es dramático lo del rato: la vida, de verdad, es sólo un rato.
Y, como no sé cuánto tiempo pueda quedarme, llevo siempre en el bolsillo la tarjeta de embarque… Si lo decía Rilke: vivimos despidiéndonos continuamente… Vivir es ser consciente, no vegetar. Y conozco muchos vegetales que se dicen vivos. No es que a la vida le pida mucho, no: le pido todo: no está el tiempo para perderlo: al que no vive con pasión se lo lleva la niebla. Hay que echarse al río, no subirse a la ventana para no mojarse. Pero me temo que a muchos su vida se la viven los demás. Pedro M. de la Cruz lo explica muy bien: “las voces son una cosa, y los ecos, otra”. Puede resultar, así, que esas vidas sean, sólo, el eco del miedo acorazado al qué dirán, sin dejar que piense el corazón, la pasión, sin pensar que el miedo al futuro, desde el pretérito, anula el presente: no podemos marchitarnos a fuego lento. La vida se enriquece cuando se suma y se empobrece cuando se resta. Jamás se me ha ocurrido restarme a mí mismo. 
“¿Qué es la vida?”, se preguntaba Omar Khayyám. Y él mismo se respondía –y lo hacía también por mí- “un bien que yo no elegí y que devolveré con indiferencia.” Y, claro, eso me obliga a ser vitómano. 
¿Se nota mucho que detesto hablar de la política actual, y de sus protagonistas? Estos, no me van a llevar más p’allá. 


Chaves y Griñán, presuntos inocentes Es predecible la actitud de cada medio de comunicación y de sus tertulianos.
Ha empezado la balacera entre los Partidos: todos andan de juicios pero los “chorizos” son los otros y deben dimitir. No creo que esto le reste votos al PSOE. La corrupción está, ya, asumida.
E insisto en mi obsesión garantista: los señores Chaves y Griñán son inocentes salvo que un Tribunal los condene por sentencia firme. No entenderlo así es atentar contra el Estado de Derecho.
¡Felicidades de corazón, Martín y Joaquín!


Nueve razones para matar Es una novela apasionante, no policíaca sino escrita por un Policía, José Villanueva: no hay una trama detectivesca, sino un retrato envolvente, sutil, del escenario en que transcurre la vida.
Un Policía veterano es un retratista impresionista, con toques puntillistas, del ambiente y de los personajes: José Villanueva dibuja el calor –calor, sí, no color- y nos hace sentirlo; el miedo, el honor, el peligro… Yo, las sensaciones y los sentimientos, los siento pero no sé describirlos. Él, sí. ¡Siento envidia!




La procesión Acostumbrada a su peregrinar austero y doloroso de los Viernes Santos, anoche la Virgen de la Soledad procesionó gozosamente, acompañada de una multitud apasionada y con música gloriosa: celebraba los 75 años de su bendición.
Y me emocionó verla llegar a la puerta de mi casa: era como una visita particular. Y sentí, una vez, más, que su procesión no fue una exhibición, sino una comunión: la Virgen no salió para que la viéramos, sino para vernos y acompañarnos como una madre amorosa, en una tarde en familia.


 






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