Estaba ayer la tarde más de jábega que de americano, más de chanclas que de tacones, con 25 grados marcando en la botica de Durbán, con los suspiros de la gitana Dolores ofreciendo a la concurrencia un décimo como pasaporte al Polo Norte. Estaba así la sobremesa del juernes en la Puerta Purchena cuando colgaron ayer, por un instante, sus floretes relucientes los cuatro espadachines que se disputan los escaños madrileños por esta tierra de saecios, ratas como gatos y acero corten. Fue el kiosco de Amalia, aquella que empezó con un carrillo de almendras, el abrevadero elegido para descorchar la botella de estas nuevas elecciones caniculares. Los primeros en aparecer fueron el general Julio Rodríguez, sin el catálogo de Ikea, con aspecto de todo menos de alto mando militar, y Diego Clemente, con cara de yerno ejemplar. A cierta distancia, una cohorte abrasada de equipos de campaña, viendo la vida pasar en el rompeolas de la ciudad. Lo decía Torres Rollón: “Nada como acodarse en el Amalia, para entender Almería”.
Apareció de inmediato Sonia Ferrer, de colores, en esta primavera que se funde ya con el verano, y Rafael Hernando, con la prestancia del que lleva ya mucha mili hecha en el teatrillo de las campañas, y por ser el último pagó la convidada de cafés e infusiones al bisnieto de Amalia. Se echó de menos a Fausto Romero, cliente y vecino del kiosco, mientras al Niño de La Alcarria se le acercó Rodrigo, un ATS jubilado, y su esposa Consuelo, profesora de Historia, que querían darle ánimos, como si tuviera que salir a torear esa tarde al coso de Vilches.
Sonreían Begoña y Marina, las serviciales camareras, extrañadas de tanto ajetreo, de ver invadido su espacio por el fotógrafo Juan Sánchez, mientras volcaban los botes de licor de cola sobre vasitos cortos. Se encaminaron los cuatro primeros espadas Paseo abajo (como la columna de Torrijos), caminando en comandita, como en una especie de duelo bajo el sol almeriense. A alguien se le ocurrió silbar por Gregory Peck y una señora con pamela en la terraza de La Dulce Alianza invitó al general, que vino en tren, a que se sentara con ella. “Estoy ilusionado con Almería”, repitió varias veces a todo el que quisiera oirlo. Duró hasta el Carrefour -que fue Simago y antes hotel de toreros- el viaje a ninguna parte de los candidatos, mientras unos metros más abajo el alcalde de Roquetas y el subdelegado de apellidos de poeta tomaban café a la fresca del Burana, ajenos a todo ese ajetreo electoral que no ha hecho nada más que principiar.
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