Es verdad que la mitad del país se siente decepcionada, incluso indignada, con los resultados de las urnas del pasado domingo. Que es muy difícil de entender que la corrupción, el abuso de poder del que ha hecho gala el PP, la utilización partidista de las estructuras del Estado, no hayan recibido en las urnas el castigo merecido. Que tras cuatro años de feroces recortes sociales, con un índice de desigualdad que supera en catorce veces a Grecia, con un treinta por ciento de la población en riesgo de exclusión social, la derecha haya vuelto a conseguir muchos más votos que los partidarios de un reparto más equitativo de las cargas y los beneficios del Estado.
Pero es lo que hay. Igual que Gran Bretaña tiene su Brexit, aunque intente mirar para otro lado. Y con esta realidad vamos a tener que apechugar los españoles si no queremos volver de nuevo a votar. Cosa que se antoja cada vez más lejos del futuro inmediato de los dirigentes políticos.
Mariano Rajoy y el PP se lo han puesto muy difícil a los posibles "socios". Nadie se quiere ensuciar con la corrupción, nadie quiere avalar la presencia de Rita Barbera en el Senado con su inmunidad, nadie asume el respaldo que el PP y Rajoy le están dando al esperpéntico episodio del ministro del interior, etc. Ciudadanos busca una respuesta a tres para repartir la carga y el PSOE espera, otra vez en plena convulsión interna, la celebración de su Comité Federal para encontrar la salida menos mala a su pésimo resultado electoral (expectativas aparte).
La lectura en positivo viene precisamente de la renovación que, ahora sí, van a tener que hacer los principales partido políticos, incluidos los populares. Cuando a Mariano Rajoy se le pase el "subidón" del resultado y compruebe la dificultad de gobernar en estricta minoría, cuando le tumben sus proyectos de ley, cuando el resto de la oposición se ponga de acuerdo para cambiar las leyes que el PP impuso sin consenso (y no son leyes cualquiera) como la de Educación, del ínclito Wert; la de Seguridad Ciudadana; la amnistía fiscal..., empezará a pensárselo.
El próximo congreso popular, que tiene que celebrarse este otoño, tendrá que expulsar a todos aquellos que, de una forma u otra, están relacionados con casos de corrupción; lo que supondrá una renovación de dirigentes nunca vista. Los "jóvenes" como Maroto o Casado, que se rasgaban las vestiduras ante los escándalos, van a tener mucho que decir. Lo mismo va a ocurrir en el PSOE. El congreso debe decidir quién es el líder capaz de lograr la pacificación de su guerra fratricida de una vez por todas. Por último, cuando en Podemos consigan salir del estupor tendrán que decidir que quieren ser de mayores para dejar de marear la personal.
Porque lo cierto es que Rajoy no quiso abstenerse para que Pedro Sánchez fuera presidente con el argumento de que "venían a deshacer lo logros de la anterior legislatura" y ahora, posiblemente con él en el Gobierno, tengan que deshacer muchas de las reformas que más castigaron a los ciudadanos. Solo así se podrán recuperar para todos las instituciones que fueron secuestradas por una mayoría absoluta.
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