Con elegancia

Antonio Jesús García ‘Che’
23:42 • 29 jun. 2016

Figura imprescindible de la música popular, al margen de su innovación, por la profundidad intelectual de su trabajo, fallecía hace casi seis meses ya, David Robert Jones, llamado artísticamente David Bowie. Tildado de camaleón musical gracias a su perpetua reinvención, su legado desborda la cultura pop para influir en otros campos como la moda.
Sólo después del deceso se supo que, tras haber sufrido seis infartos en los últimos años, el artista llevaba 18 meses luchando contar un cáncer de hígado. Alejado de la vida pública desde hacía tiempo, sólo sus allegados sabían de su dolencia, ni siquiera los músicos con los que trabajó hasta el ultimo momento conocían su padecer.
Bowie pretendía finalizar a tiempo los proyectos que tenía en marcha. Blackstar, su soberbio último álbum que veía la luz tres días antes de fallecer, está plagado de pistas sobre su muerte. En el video que acompaña al single de Lazarus el propio Bowie parece contarnos una historia desde el más allá: Mirad aquí arriba, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se ven.
Inquietantes voces y coros con atmósferas siniestras en un tono lúgubre y agónico que cobran aún más significado al conocer las circunstancias de su creación.
El músico, que supo en vida provocar y llamar la tención como nadie con sus múltiples disfraces y personajes, eligió la absoluta discreción para abandonarla. Algunas voces opinan sobre la conveniencia de lo contrario, de hacer públicas este tipo de enfermedades con el fin de concienciar al personal sobre las mismas. Evidentemente no vamos a declararnos en contra de ello, pero sí del circo mediático en que algunos enfermos lo convierten, en el que todo vale: anuncias padecer una grave enfermedad y a los tres meses apareces tan campante o das ruedas de prensa en zapatillas.
La circunspección de su actitud ante la enfermedad contrasta con la de otros personajes dispuestos a pasear sus miserias en púbico en pos de suscitar una indulgente ola de pena y lástima o de hacer una buena caja.
Tony Visconti, su productor, confirmó que Blackstar estaba concebido como un regalo de despedida para sus seguidores. Es el único álbum en el que el cantante no aparece en la portada y guarda una última sorpresa: la edición en vinilo tiene una estrella troquelada en la portada que, con la luz solar, se convierte en un firmamento de brillantes estrellas.
Con su gran estilo, en una era en que la frivolidad y la desvergüenza parecen haberse instalado en gran parte de la sociedad, el señor Bowie nos dio una lección más despidiéndose con elegancia.







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