El alejamiento de la ideología tradicional no tiene alternativa que ilusione

Regreso al futuro

Jesús Baca
01:00 • 07 jul. 2016

Si algo parece ir asentándose en las sociedades de nuestro entorno es la desilusión y la falta de confianza en el futuro. No es ya solo que el futuro se perciba con escaso optimismo, aún peor, es que hemos dejado de hacer planes sobre él. Este es un mal que parece ir instalándose de forma progresiva en la conciencia de los ciudadanos y que va creando un poso de pesimismo.
Parecen haber acertado aquellos que relacionan la crisis económica actual con la crisis de valores que se fue gestando en el S. XX y quienes afirman que nuestra realidad actual no es sino el resultado de un abandono progresivo de los planteamientos sociales, el resultado de no situar los intereses de los ciudadanos en el centro de las estrategias políticas.
 Lo que se está recogiendo en estas primeras décadas del milenio es lo que se sembró en las postrimerías del siglo anterior. El alejamiento de los ciudadanos de las grandes ideologías tradicionales, que han ido mostrando una creciente incapacidad para dar una respuesta adecuada al progreso social, no ha encontrado una alternativa adecuada que ilusione y devuelva la fe en el sistema. 
La deriva hacia un individualismo a ultranza y al carpe diem de una sociedad eternamente adolescente, como vaticinaban algunos pensadores, sobrevive en el presente inmediato sin grandes expectativas a largo plazo. Esta es una situación insostenible, pues la supervivencia de las civilizaciones -también de las democracias- está relacionada fundamentalmente con el empuje de sus ciudadanos, con su capacidad para proyectarse mentalmente en el futuro, hacer predicciones favorables para el desarrollo de la sociedad y trabajar por su cumplimiento.
Algunas narraciones de ficción nos plantean interesantes paradojas de viajes en el tiempo en los que habitantes del futuro o del presente se trasladan al pasado para alterar la cadena de acontecimientos y restablecer un orden conveniente. Parece significativo que en la mayoría de esos relatos el futuro se perciba poco halagüeño, cuando no  abiertamente apocalíptico. Estas expresiones artísticas nos alertan sobre la deriva de nuestra especie y la pérdida de sentido social. Hay algo en esta percepción derrotista hacia las sociedades futuras de un sentimiento de destino fatal del ser humano, arrastrado por fuerzas que nunca ha podido realmente controlar. Estos relatos de ficción nos muestran que es en el presente donde se construye el futuro. Pero también a la inversa, pues la forma de imaginar nuestra sociedad en el futuro marca nuestras actuaciones presentes y condiciona, de alguna forma, nuestro comportamiento como sociedad.
No podemos permitirnos vivir en el presente si queremos perdurar. Una sociedad que vive en el presente es una sociedad decadente. Por ello, resulta imprescindible recuperar la confianza en el mañana. Es necesario ilusionar a los ciudadanos de forma realista y comprometernos con la construcción social. No con propuestas demagógicas e inviables, sino con un optimismo realista que conecte a la sociedad con la idea básica de que en democracia los ciudadanos son dueños de su futuro, pero también son responsables de él.


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