María aún no lo sabe, pero con sus 9 años es una heroína. Harta de que un sistema la obligara a vivir con su padre agresor, porque el laberinto burocrático no la creía y no la protegió. Ella misma tuvo que hacerlo y ella sola se protegió. Cogió una grabadora y decidió registrar una conversación para que el juez, la policía y demás expertosla creyeran. María aún no lo sabe, pero va a ser y tiene que ser el altavoz del resto de niñas y niños que han sufrido y están sufriendo abusos sexuales por parte de su entorno cercano. Un entorno que tiene que cuidarlos, protegerlos y hacerlos felices.
Estas historias no pueden ser tapadas, ocultadas y negadas. Las familias callan estas cosas y los hombres que violan a niñas reciben penas ridículas. Esta semana el cura pederasta, tras su confesión, consigue rebajar una pena de 42 a 6 años por violar de manera continuada a una monaguilla desde que la niña tenía 10 años. Según Save the Children, más de medio millón de niños y niñas sufren abusos sexuales en España cada año.
Uno de cada cuatro sufrirá en su vida abuso sexual y el 60% nunca dirán nada. El 80% se producen en el ámbito familiar. La mayoría de los casos de violencia contra la infancia permanecen ocultos. Y ya se sabe, lo que no se cuenta, no existe. ¿Cómo somos capaces de mirar hacia otro lado? ¿Cómo desamparamos a nuestra infancia en el sufrimiento?
Los agresores suelen estar en el entorno familiar del niño y niña y se tardan años en denunciar, suelen hacerlo cuando son mayores de edad. Las sentencias revelan que la mayoría de los menores soportan los abusos durante años. La edad media de inicio en la que suelen comenzar estos abusos sexuales son los 11 años. Y si el autor de los delitos es un familiar amenaza a la víctima para que no hable o soborna con regalos.
Muchas de las víctimas no hablan por vergüenza, porque creen que tienen la culpa. Es un problema estructural, como la violencia machista. Una cultura dominada por el patriarcado que nos dicta que no nos creamos a las mujeres y sigue extendiendo el mito de las denuncias falsas. Además se encarga de sexualizar los rasgos infantiles desde que eres una niña. Esta cultura de la pedofilia se ve reforzada por los mensajes culturales que recibimos. Las víctimas tienen un cuadro diverso de secuelas, desde angustias e insomnio crónico a agresividad e, incluso, automutilaciones. “Estos niños son carne de cañón para otros abusadores”, dice la psicóloga de Aspasi (Asociación para la Sanación y la Prevención de los Abusos Sexuales en la Infancia). No hay que olvidar que el pedófilo, al igual que el maltratador, tiene cómplices que aún siendo testigos guardan silencio. Las víctimas se ven solas, porque aunque decidan contarlo no significa que tendrán protección legal ni garantías de que se vaya a hacer nada al respecto. Al igual que le ocurrió a María, que tras dos años peleando nadie la creyó. Ni los jueces, peritos, psicólogos, terapeutas hicieron nada por ella: archivaron el caso por falta de pruebas físicas.
María era obligada a ir con su padre pese a sus llantos: la policía iba al colegio para que el padre se llevara a la niña. La niña se negaba a ir los días que había acordado el juzgado de familia, y la madre tenía prohibido ir al colegio para facilitar la entrega y recogida. La niña, harta de que no la creyeran durante los dos años que ella venía denunciando los abusos sexuales por parte de su padre, tomó la iniciativa como una gran heroína e hizo de pequeña detective. Cogió la grabadora de la madre, se la guardó en un calcetín y grabó una conversación en la que el padre habla de los tocamientos y su abuela paterna es cómplice de lo que estaba ocurriendo.
El tiempo no cura estas heridas, quedarán marcados por el miedo, la indefensión, la vergüenza y un legado de por vida. A María decirle que no está sola, que nunca más la dejaremos sola, ni a ella ni al resto de niños y niñas que sufren la violencia. Gracias María porque esto será un punto de inflexión en esta sociedad que mira a otro lado.
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