Los 340 enloquecidos

Ante el espectáculo del voto fantasma han reaccionado muy seriamente los partidos que pretenden una profunda reforma democrática

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 22 jul. 2016

Susana Díaz acaba de pedir silencio, paz y tranquilidad en las filas socialistas andaluzas. Nada de ruido que enrarezca el camino emprendido hacia los congresos provinciales del próximo otoño. La primera, y no única discrepancia, apareció en las redes sociales con un mensaje de Consuelo Rumí preguntándose por la continuidad en el cargo del actual secretario provincial, Sánchez Teruel, señalándole como responsable de los históricos -por malos- resultados del PSOE en Almería. 
Las pueriles admoniciones de Susana se asemejan al inicio de un partido de fútbol o combate de boxeo en el que los contendientes se prometen juego limpio sin golpes bajos que, como ceremonial deportivo, no tiene mayor eficacia que la falsa estética de una ética basada en la oportunidad de desactivar al contrario y ganar sea como sea; a veces, con faltas, trampas y vulneración del reglamento. 
Susana Díaz es el mayor referente de oposición a Pedro Sánchez. Ha urdido maniobras para intentar desarmarlo y desacreditarlo antes, durante y después de las elecciones. No hay mayor enemigo en el oficialismo socialista nacional que la trianera que dice siempre estar pendiente de Andalucía; pero, no se sabe cómo, tiende una tupida y extensa red que mantiene la tensión fuera de las fronteras andaluzas hasta el punto de llevar a Pedro Sánchez a situaciones de suicidio político con tal de preservar un acechado liderazgo que pende del sutil hilo de una posible parcela de poder que aglutine a los “incondicionales” que le mantendrán en el liderazgo hasta tanto posibilite cargos y prebendas. En política no hay líder más aclamado que el que reparte oportunidades a los más mediocres. 
Lo de Susana pidiendo silencio y sosiego resulta un poco preescolar. Como también es de patio de colegio ir buscando a los “culpables” de los diez votos “fantasma” que, no necesariamente, facultaron la elección de la presidente del Congreso, Ana Pastor. 
Los diez votos más buscados en el Congreso viene a demostrar que actualmente con estos políticos es imposible alcanzar acuerdos de regeneración democrática. La democracia es, entre otras cosas, libertad. En secreto y en libertad han votado los diputados, incluidos los diez que ahora exigen que se retraten como si de traidores o delincuentes embozados en el escaño se tratase. Ya veremos si aparecen en el Congreso los pokémon extraviados en despachos, bajo la mesa de taquígrafo o junto al sillón de la presidente. 
Ante este espectáculo del voto fantasma han reaccionado muy seriamente los partidos que pretenden una profunda reforma democrática, incluso poniendo en riesgo la investidura de Rajoy por un presunto apoyo de los nacionalistas. Ciudadanos ya ha lanzado alarmas y nuevas líneas anaranjadas; Podemos habla directamente de traición; el PSOE juega al lío lío que yo no he sido y el PP se mete en un berenjenal del que será difícil salir al no atajar con claridad meridiana algo que se despacha en dos minutos. Solo falta ver a los 350 haciendo flexiones en la moqueta hasta aparecer los culpables. 
Va a resultar muy difícil que este “patio de colegio” se reconduzca por los canales democráticos de un país serio. Susana pidiendo a sus “niños” que se callen, y los posibles socios de gobierno buscando los diez fantasmas de la Carrera de San Jerónimo. Así va a ser muy difícil encontrar la estabilidad, solvencia y regeneración que España necesita. Diez diputados hacen de bordes, y trescientos cuarenta enloquecen. Esto tiene mala pinta.


 







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