LUn faro, es quizás la única construcción hecha por el hombre que no molesta en la contemplación de un paisaje. Ahí llevan algunos hasta milenios, alumbrando a los y las navegantes nutriendo de inspiración a los y las poetas, escritoras, fotógrafas, cineastas, etc. y, a las soñadoras empedernidas como yo nos hace soñar con aventuras e historias de naufragios, sirenas, rescates, piratas y tormentas. Todas las noches, en cualquier parte del mundo en la costa, se enciende una luz que es única y reconocible y, que nos guía en la oscuridad y nos preguntamos: ¿quién enciende esa luz que alumbra a la humanidad? ¿Quién será? ¿Cuáles son sus desvelos de este oficio milenario? Ahora ya son llamados así, en la administración pública son llamados: técnicos mecánicos de señales marítimas y, su profesión ha sido una profesión llena de riesgos en el pasado ejerciéndose en lugares remotos y solitarios. Es indudable que es un oficio lleno de mitos y leyendas despertando gran curiosidad.
Un día me invitaron a participar en una antología literaria para celebrar el centenario de los faros de Cabo de Gata y de Mesa Roldán titulada “Lo demás es oscuridad”, y aunque en mi memoria de pez tenía más veces reflejada el de Cabo de Gata, faro que está situado más Sureste de la Península Ibérica, me decidí por el de Mesa Roldán para conocer su historia, porque ahí subido en esa meseta parece inaccesible. Y así conocí a la persona que se desvela para que todo funcione a la perfección en el faro, situado sobre un acantilado a más de 200 metros, se llama Mario Sanz Cruz y desde entonces es mi farero favorito y no porque atesore un oficio tan singular sino por: su implicación en todo lo que le rodea, ser un agitador cultural y amar esta tierra desgastada contra vientos y mareas. Él, como su faro es constante y tenaz. Resilente en la noche alumbrando a diferentes almas con su luz. Quizás no sea un farero y sí un farista porque en su profesión aporta emoción. El oficio lo convierte en arte dejando de ser un artesano y atesorando muchos oficios a la vez. El artesano pasa a ser artista porque hay amor en todas las cosas que hace: poesía, cuentos, voces para coros, exposiciones, defender la costa o encender una luz que alumbrará toda la noche siempre con el mismo ritmo y por el que es conocido: cuatro destellos cada veinte segundos. El faro es su vida y su forma de hacer vida. Quizás sea el último farero antes de que las nuevas tecnologías lo sustituyan. Y al faro, sin su habitante más luminoso, ya no será el mismo: un GPS (Sistema de Posicionamiento Global) no es tan inspirador y cálido. “¿Quién le va a hacer un poema o una pintura a un GPS?”, se pregunta mi farero favorito. En su último libro publicado “Faros sobre un mar de tinta” de la Editorial Playa de Ákaba, nos deja asomarnos a su profesión, con su mirada de farero y, en una serie de cuentos nos va narrando la historia y los acontecimientos que ha vivido o fabulado con el faro como protagonista. Con cierta nostalgia cuenta las labores de mantenimiento que el faro requiere y requería, la vida diaria de aquellas familias que se dedicaban en cuerpo y alma a la profesión: cambiar bombillas, limpiar el faro y marcar el ritmo de las señales. Todo comienza a una hora precisa y ahí empiezan a guiar a la marinería marcando el camino en el mar. Su profesión exige de mimos y cuidados minuciosos y, de un amor sellado de por vida al mar. Mario también se siente marinero vocacional. Los catorce cuentos del libro, su faceta de contador de historias nos ofrece su mirada de farero, su humor, su conciencia ecológica y humana, la historia, el romanticismo de los mensajes en una botella, como es la tierra inhóspita en la que habita, la mitología asociada a los faros, historias de piratas y de fareros aficionados a la lectura y, reivindica “el papel de la mujer que tiene que luchar y sufrir para encontrar su lugar en este mundo, tan mal diseñado por el hombre” recordando cuando las mujeres éramos protagonistas y no víctimas.
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