El poeta ha cumplido años y pienso como él cuando escribe sobre esos árboles solitarios y antiguos que nos sirven de guía en el caminar de la vida y que “han cobijado generaciones de hombres”, dicen los versos del poeta en su poema Árbol Solo. Él, a diferencia de este árbol, no está solo: su hermosa familia y sus innumerables amigos y amigas nos cobijamos bajo sus ramas humanistas forjadas, quizás, durante mil años como los árboles a los que ama y no durante sus noventa espléndidos años.
El poeta es además un gran cuentacuentos, cronista de innumerables artículos, prólogos, entrevistas, etc. Sus relatos son un testimonio de amor a su tierra, a sus gentes, al paisaje cambiante y al paisanaje humanista que lo habita. Su larga vida es testigo de los cambios históricos y de la transformación de los horizontes, del abandono de los campos, de los oficios perdidos y de la erosión de los valores de esta mutable sociedad actual. Su amor a la palabra es indudable, como es su amor a los amigos con los que ríe y habla, de lo humano y lo divino, su oficio de cuentacuentos toma especial dimensión si se hace con la calma y la pausa que requiere tomar y degustar una aromática copa de vino tinto, y si es del bueno mejor. Lector asiduo a las columnas de este “Jardín del mar”, es uno de los “escritores poetas” que más me han apoyado para que escriba. En una presentación literaria, del Instituto de Estudios Almeriense, él estaba sentado en el salón de actos, llegué hasta él para saludarlo y me dice: “Tengo sed” y dije rápidamente: “Voy a buscarte un vaso de agua” y, el sonriendo me insiste: “No, tengo sed” y, su luminosa sonrisa me hizo comprender que se había leído el relato titulado “Sed”, de una antología en la que coincidíamos.
Esta escena refleja en primera persona como es en su infatigable apoyo a la cultura almeriense, su humor y su aliento a los que empezamos en esto de escribir o de soltarnos la pluma. Julio siempre dice que quiso “vivir de la pluma y dedicarse a la poesía pero, por si acaso este plan no funcionaba, montó una granja de pollos para asegurarse el vivir de la pluma”. Es un ser excepcionalmente generoso con todo lo que lo rodea e, infatigable, no para de vivir aventuras; no hace muchos años cogió la maleta y dio la vuelta al mundo, este pasaje de su vida bien se podría titular: “La vuelta al mundo a los ochenta años” e hizo este viaje con la ilusión renovada de un niño que va descubriendo los acontecimientos de la vida con espíritu renovado. Cada hecho se muestra como asombrosa emoción ante su alegre mirada.
En sus relatos cotidianos, y con el humor que le caracteriza, no sabes dónde empieza la fabulación de la realidad porque sus cuentos no empiezan por “Érase una vez…”. Así que, por si acaso, siempre miro de reojo a una descomunal estatua con oquedades, por si de ella manan libros escondidos por un divertido y maravilloso hombre que es un gran humanista, parido desde el mismísimo centro de esta tierra o que, quizás, haya brotado de la corteza de un árbol milenario, retorcido y solitario o, incluso, del canto alegre de un pájaro que atraviesa este imparable desierto. Gracias por estos noventa años regalándonos amor.
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