Turistas, imprudencias y socorristas

Los servicios de vigilancia y socorrismo de San José (Níjar) salvaron la vida de una bañista que el pasado domingo sufrió una emergencia en la zona de Mónsul cuando, a pesar de los avisos y recomendaciones de peligro, decidió darse un chapuzón. Esta buena noticia demuestra algo de lo que muchas veces me he hecho eco en esta columna: lo primero es que la estupidez humana, circunstancia inabarcable en cualquier época del año, alcanza cada verano cotas sublimes provocadas por la creencia –errónea- del turista medio de que calzarse unas chanclas y tocarse con un gorrito patrocinado le convierte en un ser invulnerable a cualquier riesgo. Y eso, por desgracia, no es así. Cada año entre 70 y 150 personas (el pasado verano hubo once en Almería) mueren ahogadas en las costas españolas. Zambullirse de cabeza en lugares de fondo desconocido, provocando un traumatismos medular, representa la tercera causa de invalidez permanente entre los menores de 25 años. Los cortes, heridas y lesiones originan más del 90% de las atenciones que se producen en las playas. Es decir, que aunque muchos turistas no lo crean, pagar un desorbitado alquiler o resistir a diario la deglución de paellas infames no confiere a nadie inmunidad ante las amenazas playeras. Recuerde: usted es un turista y no un plusmarquista olímpico de los cuatro estilos. Y si no me cree, pregúntele a su suegra, a la que ha vuelto a traerse un año más, a pesar de todo lo que usted iba mascullando en el coche, camino de vuelta a casa. Por otro lado, la noticia del feliz rescate demuestra otra obviedad: las playas más hermosas, más naturales, más salvajes y las más difíciles de nadar en caso de temporal, no podían seguir sin un servicio de socorrismo náutico, en donde el tiempo de reacción marca la diferencia entre la vida y la muerte. A ver si entre unas cosas y otras, Almería logra este año un cero absoluto en muertes evitables.