Habrá que estar atento al desarrollo de los acontecimientos, pero si hemos dado por bueno que en determinadas circunstancias el simple aleteo de una mariposa en Japón puede percibirse al otro lado del mundo, veremos de lo que es capaz el pelo de un crustáceo en Garrucha. De momento, el “Efecto Gamba” causado por la trifulca organizada en una terraza de esa localidad almeriense a consecuencia –dicen unos- del precio de la ración del afamado marisco, está teniendo eco en los periódicos y en los informativos nacionales. Es cierto que estamos en verano y que la reyerta playera con su correspondiente ración de heridos es, para el redactor estival, un inesperado manjar en su aburrida dieta informativa. Y allá que se ha lanzado la prensa a analizar los orígenes, detonantes y consecuencias de la riña, con el rigor y la determinación del que está dispuesto a esclarecer de una vez por todas el asesinato de Kennedy. En la crónica de Rosa Ortiz en LA VOZ DE ALMERIA, leemos que el dueño del establecimiento niega que los precios de su carta fueran el causante del disturbio, y que éste comenzó porque -al parecer- uno de los clientes dudó groseramente de la honestidad de la señora madre del empresario hostelero. Piensen ahora en la memoria sentimental de las generaciones de españoles que crecieron oyendo a Pepe Pinto cantando esos versos de Rafael de León: “Toíto te lo consiento, menos faltarle a mi mare”, y entenderán fácilmente la llamada a la defensa del honor, que es el deber hecho poesía. Y es verdad que no hay mucha lírica en un plato de gambas, pero tampoco hacen falta demasiados motivos para liarse a mamporros en un bar, como nos demuestra la filmografía del maestro John Ford. No obstante, lo mejor hubiera sido que el hostelero explicase la refriega en la duda del origen de su producto. “Me dijo que mis gambas no eran de Garrucha, sino de Marruecos”. Y ya, con el consulado marroquí de por medio, Almería Acoge, la Isla Perejil y la ONU, tendríamos tema para todo el verano.
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