Los incendios forestales arrasan este verano la vida y la Naturaleza. La llamas del olvido y la mezquindad del hombre calcinan la identidad y la impagable labor de los artesanos de la Naturaleza, de los creadores e impulsores de nuestros bosques, esas alfombras verdes que tamizan nuestros otrora áridos paisajes del Sur, tierras yermas donde la prolongada alteración ecológica causada por el hombre no ha estado exenta de consecuencias. Es el caso del bosque protector del Marquesado del Zenete, en la ladera norte de Sierra Nevada, comprendido entre Guadix y Fiñana hasta la Sierra de Baza; un suelo azotado por las adversidades del clima que lo convirtieron en un desolador paisaje de vegetación esteparia hasta que la sensibilidad, el amor a la Naturaleza, imbuido a temprana edad por el magisterio de doña Herminia, y la profesionalidad de un ingeniero de montes -que llegó a nuestras tierras sureñas desde la cruda Castilla- obraron el milagro de la forestación.
Antonio Iglesias Casado era el menor de una familia de cuatro hermanos, tres mujeres y un varón, hijo de Herminia Casado, la maestra de Rionegro del Puente, en Zamora, y de Gerardo Iglesias, un pionero constructor de carreteras.
Tras una breve estancia laboral en Valladolid, el joven ingeniero vino destinado y casi forzado, a mediados del pasado siglo, a este Sur desértico para obrar el milagro de lo que hoy es el bosque protector del Marquesado, para retomar los planes y proyectos de repoblación forestal del año 1928, que después desarrollaron las sucesivas administraciones del Estado. Alejado de su añorada comarca de la Carballeda, en la que su alta y precoz concienciación del medio natural le llevaba a comprar a sus amigos los pajaríllos que cazaban para ponerlos en libertad, el flamante ingeniero labró su vida en este rincón andaluz, en donde echó raíces, pero en donde nunca pudo aliviar el intenso amor que profesaba a su madre, aunque sí enriqueció su trayectoria profesional. Hombre honesto y responsable, de una integridad y humanidad fuera de lo común, Antonio Iglesias será siempre el padre de una de las recuperaciones de bosques de mayor extensión y calidad que se hayan hecho, el hacedor de un paisaje que es fruto de una labor silenciosa y abnegada compartida por un colectivo de forestales que han vivido y viven por y para esta tierra.
Antes de su jubilación, Antonio Iglesias, un reformista convencido, protagonizó brillantes faenas en la arena política de la compleja etapa de Adolfo Suárez, en la que compartió escaño y amistad con otro añorado humanista, el inolvidable senador José Manuel de Torres Rollón. En reconocimiento a su excelente trayectoria forestal, a Antonio Iglesias le dedicaron una calle en el municipio de Aldeire, donde la ignorancia y la insensibilidad de posteriores corporaciones locales eliminaron del callejero municipal.
Sin embargo, nadie nunca podrá borrar su nombre y apellidos del bosque del Marquesado del Zenete porque es un bosque con nombre, el de Antonio Iglesias Casado, un humanista y un naturalista ejemplar.
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