Tras la Feria y, como sucede todos los años, aparecen las evaluaciones sobre valores tan intangibles y subjetivos como el grado de diversión de autóctonos y visitantes.
Para la oposición municipal (expertos en verbenas) la Feria de Almería ha sido un desastre y un compendio de despropósitos. Apelan al incremento de ambigús en el centro y otros atractivos gastronómicos-festivos que sólo se entienden desde la iniciativa privada que ha de arriesgar una inversión a incierto resultado, pero con el cálido aplauso de la Corporación municipal previo pago del importe de tasas, subastas, impuestos… Y es que no hay nada más tranquilizador que invertir en aventuras con dinero y riesgos ajenos.
La Feria de Almería, carente de personalidad a causa de los continuados vaivenes, se ha convertido en un campo de experimentación en el que se abigarran algunas actividades tradicionales y un torrente de “novedades” que nunca lograrán afianzar la tradición y la personalidad que otras geografías han perpetuado con éxito. La Feria de Almería lleva el mismo camino que el Día de Reconquista por los Reyes Católicos; festividad igualmente devaluada por la ignorancia y el sectarismo de distintas corporaciones que han ido incorporando sesgos históricos para reducirla al ridículo.
Me pregunto por qué Granada mantiene el brillante Día de la Toma; o por qué los Sanfermines mantienen su esencia; o la Tomatina de Buñol incrementa su interés intercontinental… y así podría referir decenas de fiestas tradicionales que se basan en la invariabilidad de su génesis que, a su vez, invita al entorno (iniciativa privada) a incrementar servicios, aportar atractivos y generar riqueza.
Aquí seguimos con la cantinela populista de “llevar la Feria a los barrios” como si fuese una afrenta discriminatoria. En los distintos barrios de Sevilla nadie se ofende por tener que desplazarse al Recinto Ferial para disfrutar del glamur de las casetas y de los engalanados carruajes. Los barrios ya disfrutan de sus fiestas patronales, y no es necesaria una “contaminación” generalizada y programada por decreto. Los vecinos, en función de las facilidades, estado anímico, identificación, tradición, etc. se involucrarán en la Feria, especialmente, cuando se les deje de marear con el aluvión de ocurrencias y las rivalidades sectarias.
Vicente Zabala Portolés (1937-1995), crítico taurino de ABC y Antena3, me confesó que la Feria de Almería era “los toros en la plaza más coqueta de España, las tapas en los bares del centro, las bellísimas mujeres de Almería…” y que “la Feria la terminarán destrozando los políticos”. Estas afirmaciones me las transmitió cuando la Feria se trasladó desde el puerto a un descampado bajo el Cable Inglés, coincidiendo con la introducción de La Marsellesa en la fiesta de Los Coloraos con Fernando Martínez (PSOE), que intentó erradicar el nombre de la Virgen del Mar para llamarla “Feria del Mediterráneo”. Por cierto, grandes tardes y noches de gloria nos otorgaron los políticos que ahora critican y que, cuando pudieron, nos brindaron bochornosos fiascos de Batalla de Flores e impresentable Cabalgata de Reyes Magos.
Echo de menos a Zabala. Posiblemente con él la Fiesta Nacional no habría decaído como lo está haciendo. No hacen falta antitaurinos para que la Plaza de Toros de Almería termine en fiesta del cemento. ¿Por qué la Plaza de Roquetas es un éxito y referente taurino en Europa? Posiblemente, hay decisiones acertadas que, fundamentadas en la esencia de la tradición y la calidad, hacen que todo funcione. Para adoptar decisiones con previsible riesgo hay adelantar la pierna y exponer la taleguilla; y, o te coge o sales por la puerta grande. Desde el ruidoso tendido continúa la división de opiniones y el atronador descontento: el triste balance de la mediocridad que se crece en la crítica.
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