No habrá elecciones en Navidad

Emilio Ruiz
01:00 • 03 sept. 2016

El Congreso de los Diputados rechazó anoche por segunda vez la investidura de Rajoy. Si en la votación del miércoles el candidato no consiguió los seis votos que le faltaban, en la de ayer tampoco obtuvo las precisas once abstenciones. A partir de ahora, las formaciones políticas tienen hasta el 31 de octubre para buscar una solución. En este periodo pueden celebrarse consecutivos intentos de investidura y el candidato puede ser Rajoy u otro. Si no hay nuevo presidente, se disuelven las Cortes y el 1 de noviembre se convocan de forma automática las elecciones. La pregunta del millón es: ¿Estamos abocados a nuevas elecciones o algún candidato conseguirá la investidura? Seamos realistas: nadie tiene, a día de hoy, la respuesta correcta. Ni el rey, ni Rajoy, ni Pedro Sánchez, ni Pablo Iglesias, ni Albert Rivera. Nadie. Quien se aventure a proporcionar una respuesta lo hace inducido por la intuición y con altas posibilidades de equivocarse. Siendo esto así, me voy a embarcar en esa aventura.
No habrá nuevas elecciones. No interesan a España  -esto es muy importante, pero, lamentablemente, no es la razón principal que marca las pautas de los partidos- y tampoco interesa a ninguna de las formaciones políticas. A juzgar por la actitud de Rajoy en el debate de investidura  -el primer día, anodino y despreciativo, y después, con un sarcasmo y socarronería que no vienen el caso-, parecería que el PP está convencido de que sacaría provecho de una nueva cita electoral. Pero eso nadie lo puede asegurar. Si en algo parecen coincidir todos los gabinetes demoscópicos es en que, en una nueva consulta, los partidos emergentes saldrían perjudicados. El electorado ha recurrido a ellos como regeneradores de la vida política, pero se han encontrado, sobre todo en el caso de Podemos, con un partido con el que resulta muy difícil pactar. Pablo Iglesias se considera poseedor de una autoridad moral que no está al alcance del resto de los ciudadanos (de la gente, que él dice). Sus discursos de esta semana se han visto demasiado viejos y gastados y con poca visión de futuro. Anoche, Sánchez fue su blanco.
No habrá nuevas elecciones, pero sí tendrán que producirse desgarradores sacrificios por parte de algunos de los actores principales de la escena política. Rubricarán la nueva investidura quienes estén dispuestos a renunciar a una parte del interés personal. El abanico de renuncias afecta a los cuatro actores principales. Veámoslo:
Al margen de los de su grupo, Mariano Rajoy no ha sido capaz de añadir a su persona ni un solo voto de adhesión. Ni siquiera el de Ciudadanos. Y esto es un problema. Albert Rivera dejó anoche bien claro que el candidato del PP no le merece ninguna confianza y que le hubiera gustado ver en el estrado a alguien distinto. Al PP no le gusta oír esto, pero una posible salida a la situación podría pasar por la renuncia de Rajoy. Lo hizo Artur Mas cuando encalló la situación en Cataluña.
Pedro Sánchez había establecido hasta anoche dos fronteras infranqueables: el voto negativo al PP y la renuncia a dialogar con Podemos. Abstenerse ante el PP supone una traición al ideario socialista y una agresión a lo predicado. El cambio puede ser aliviado con la cabeza de Rajoy puesta en bandeja o con duras exigencias a los populares. Respecto a un acuerdo con Podemos, las posibilidades son mínimas, pero anoche dejó una puerta abierta. Podemos es un conglomerado de partidos e intereses localistas con los que resulta difícil tomar acuerdos con sentido de Estado. Demasiados sapos se tendrían que tragar las confluencias para poder firmar un acuerdo de carácter nacional. Pero imposible no es.
Ciudadanos es el partido que más voluntad negociadora ha mostrado. Resultó lamentable que el electorado no lo valorara el 26-J y más lamentable resultaría que lo castigara en unas nuevas elecciones. Ciudadanos y Podemos han trazado entre sí una línea de incompatibilidad. En esta nueva fase, uno y otro deben hacer un borrón sobre esa línea. Eso se hace poniendo sobre la mesa exigencias y renuncias. La muestra de animadversión de Rafael Hernando hacia Albert Rivera, anoche, no deja en buen lugar al diputado por Almería. Esas cosas son las que matan a Hernando.  
Como se puede ver, existen mimbres suficientes para elaborar una propuesta. Si se dejan al margen los intereses personales y de partido, con dos meses es suficiente para elegir un nombre que supere la investidura. Agotadas las estrategias interesadas, entramos en un tiempo en el que deben imponerse la generosidad y la altura de miras. Si tampoco así fuera posible, la celebración de nuevas elecciones no hay que considerarlo como un fracaso colectivo. Debemos ser conscientes de que en ocasiones los electores, con nuestros votos, no siempre ponemos las cosas fáciles a quienes tienen el encargo de administrarlos. La situación es compleja y quienes proponen soluciones sencillas lo hacen con el único interés de conducir el agua a su molino.


 







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