España continúa en el laberinto

La situación política española supera desde el viernes el esperpento. El PP parece un boxeador desorientado; Pedro Sánchez es incapaz de aclarar su

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 04 sept. 2016

Septiembre comienza como terminó diciembre: en el laberinto de la nada. Treinta y nueve años después de las elecciones del 77, España no contó nunca con una clase política tan vacía de contenido y tan llena de irresponsabilidad.
Rajoy ha tardado siete meses en asumir que era a él al que correspondía presentar su candidatura al Congreso para presidir el gobierno. Ganó las elecciones en diciembre y aunque la aritmética no le aseguraba la elección- ahora tampoco; ahí está lo ocurrido esta semana- la responsabilidad le obligaba a intentarlo. No lo hizo entonces y sí lo ha hecho ahora cuando la diferencia numérica de la suma de PP y Ciudadanos (con Coalición Canaria siempre se contó) solo se modificó al alza en seis diputados de diciembre a junio. ¿Por qué no lo intentó con 164 entonces y ahora si lo ha hecho con 170 cuando, en ninguno de los dos escenarios, las cuentas salían? La contradicción es tan evidente que ni él mismo ni su partido son capaces de explicarlo más allá del argumentario oficial. 
Rajoy ha hecho en agosto lo que tenía que haber hecho en diciembre. Con su actitud ha provocado siete meses de provisionalidad que obviamente, ha perturbado la normalidad. Insisto: seis diputados menos en su cuenta particular de apoyos a la investidura no justifica su negativa al ofrecimiento del Rey después del 20J. 
En la otra acera, Pedro Sánchez sigue jugando a la ruleta rusa en medio del alborozo inquieto e inquietante de su club de fans de la ejecutiva. Es tan alta su apuesta que va a llegar a una situación en la que la duda sólo va a estar en si la bala con la que juega acabará con él o, en su delirio, acabará con el PSOE. Que Sánchez pase a la historia como el torpe sueño de una noche de primavera es una circunstancia que solo le compete a él y a los que en él tienen depositadas sus esperanzas y sus nóminas. Lo alarmante es que en su escapada sitúe al PSOE en una posición irremediable.
Nadie en su partido (yo creo que ni él mismo), sabe qué es lo que puede suceder en las próximas semanas. Lo que algunos temen es a la posibilidad de que acabe cediendo a la quimera de abrazarse a Podemos, las confluencias y los independentistas en un intento desesperado por salvar su cabeza política y la de quienes le acompañan en la aventura. Sería su final y el del PSOE. 
Iglesias lleva dos años obsesionado con acabar con el partido socialista y sería en la debilidad táctica de Sánchez donde encontraría la bomba de destrucción masiva que lleva dos años intentando hacer explotar. El PSOE o es un partido nacional (no nacionalista, no se confundan) o no será nada y en la quimera izquierdista y nacionalista los socialistas quedarían reducidos a cenizas. Es verdad que a la ceniza le precede siempre la luminosidad de la llama y que es ese resplandor el que a veces confunde a quien se acerca y le hace no darse cuenta que el fuego que le seduce es el mismo que acabará quemándole. 
Más al fondo, a la izquierda (un lugar tan complejo que a veces acaba facilitando el paso a la derecha), Podemos sigue caminando con música rapera del san Pablo laico de la iglesia adventista de Iglesias entre la sierra Maestra castrista de Garzón y el peronismo errejoniano de la “gente”. Después del fracasado sorpasso del 26 J han entrado en un estado de estupefacción del que solo la osadía suicida de Sánchez puede sacarlos. Su dependencia emocional es tan acusada que al desencanto no previsto de aquella noche le ha seguido una travesía en la nada en la que todos permanecían ausentes. Un partido se mide por su capacidad para gestionar la victoria, pero, también (y no menos importante), por saber convivir con la derrota. Estos meses han demostrado que, confiados en la toma del cielo, no estaban preparados para caminar en la tierra inhóspita del fracaso.
En cuanto a Ciudadanos, hay que reconocerle a Rivera su pasión por inventar el gatopardismo inverso al defender que todo siga igual para que todo cambie. Nadie puede negarle su apuesta por la gobernabilidad, tanto cuando apoyó al PSOE en marzo como ahora con su voto de respaldo a Rajoy.
En un país en el que caidismo es una de sus más lamentables señas de identidad, el que un político aspire a convertirse en el puente que una las dos orillas enfrentadas de un río debería ser, por definición, un gesto elogiable, sin embargo esta actitud le ha situado en una posición llena de minas prestas a explotar en las próximas elecciones. La moderación no es un bien valorado en España.
Septiembre es diciembre todavía, habrá que estar atentos a si Rajoy y Sánchez son capaces de encontrar una salida al laberinto que no sea otra que la vergüenza de otras elecciones en diciembre. No hay muchas esperanzas pero ya se sabe que es la esperanza lo último que se pierde.


 







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