Septiembre es la hiel de la infancia escolar y el inicio de la actividad laboral de los abuelos de hoy, los abuelos multiusos. No hay septiembres con abuelos varados tras el descanso estival . Septiembre despierta a los intereses familiares más que otros meses. No todos los septiembres ofrecen la misma estampa, cada uno tiene su peculiar escaparate. El final veraniego no siempre escribe el epílogo con los mismos colores. A pesar de su cierto sabor a hiel, el septiembre que escribe la memoria tiene otros sabores que vienen marcados por el jinjol o azufaifa, que los niños observaban con ansia a la espera de la maduración, cuando se tornan rojos y ofrecen un bocado delicioso para endulzarnos el final de la época estival. Septiembre también sabe a almendras recién abiertas que se desgajan en paladar de turrón y en el chasquido de la carne de los higos y del melocotón. La uva es septembrina y junto a los aromas frutados regala las añejas pisadas en los jarais, de donde hemos bebido y vivido los deliciosos zumos que aún podemos disfrutar. Los sonidos de septiembre se encabalgan sobre los rastrojos de los cereales ya olvidados y los espesos pámpanos que nos descubren las sorpresas de la vendimia. Por estos sabores, aromas y sonidos han caminado los abuelos que ahora, en estos días, se ven obligados a abandonar sus lugares de descanso, a dejar sus retiros del estío y sus entretenimientos habituales para volver a empezar, para ser padres de nuevo que con abnegada entrega acompañan de la mano la ida y vuelta de sus nietos al colegio. Es otra de las principales ocupaciones que la vida actual depara a los abuelos de hoy, esos seres vulnerables con canas sienes que sirven para todo, incluso para el sostén económico de los hogares, pero que tal vez mañana, cuando lleguen otros septiembres y el atardecer de la vida merme la movilidad de sus piernas, cuando el almanaque de sus nombres se haya tornado sepia y las tinieblas oscurezcan sus pupilas, entonces, tal vez, ni siquiera puedan conocerse como abuelos. Serán otros septiembres en los que el recuerdo agudizará sus sabores, sus aromas y sonidos. Y entonces, sus nietos y sus padres les acompañarán de la mano, pero no al colegio, sino a la residencia más próxima. Ya no serán jamás abuelos de septiembre.
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