Dejad ser felices a los flacos

Ya no hay gordos, porque todos somos ahora “grandes”, “fuertes” e incluso “confortables”

Jose Fernández
01:00 • 16 sept. 2016

En la creciente ampliación del círculo del blindaje social del discurso políticamente correcto hay un colectivo, aún maltratado y expuesto, para el que no parece regir la norma no escrita de la condescendencia o la perífrasis. Les hablo de los flacos, de los enjutos y escuchimizados, que siguen siendo objeto de las críticas y juicios despiadados de los que recientemente nos venimos librando los gordos. Criticar a un gordo por lo evidente, esto es, por su voluminoso panículo adiposo, es considerado ahora un gesto de mal gusto, un detalle cruel o una observación innecesaria. La mejor muestra es que ya no hay gordos, y mucho menos gordas, porque ahí entra en picado la escuadrilla de deontólogos de guardia que siempre nos sobrevuela, para ametrallar al insensato que se le ocurra emplear la expresión innombrable, tildándole de todas las acepciones del machismo falócrata. Pero no nos desviemos. Decía que ya no hay gordos, porque todos somos ahora “grandes”, “fuertes” e incluso –para espanto de los que lamentamos ser tomados como parte del mobiliario- “confortables”. Sin embargo, nada de eso sucede –al menos por ahora- con el colectivo de escuálidos o esmirriados, que no sólo no encuentran el amparo del eufemismo generoso, sino que son señalados despiadadamente con un tono de denuncia que lleva aparejado –casi siempre- una prescripción nutricional no requerida. Mientras que nadie o casi nadie señala al gordo ordenándole que se abstenga de seguir comiendo lo que más le plazca, cuando vemos a un flaco nos sale la abuela que todos llevamos dentro para recomendarle/ordenarle que se meta inmediatamente un plato de potaje entre pecho y espalda. Digo todo esto por los numerosos comentarios aparecidos en redes sociales estos días a raíz de la visita de la Reina doña Letizia a Almería, que han estado a mitad de camino entre el simposio de expertos en anorexia y el libro de recetas del Masterchef. Y digo yo ¿no podríamos dejar en paz a los flacos, felices en su endeblez, igual que nos dejan ser felices a los gordos?







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