Ser feliz

He jugado con mi nieto a que él sea mi abuelo. He vuelto a mirar la vida con los ojos de un niño: no es un valle de lágrimas, sino riente y llena de ilusio

Fausto Romero-Miura Giménez
23:56 • 17 sept. 2016

El fin de semana pasado estuve en Madrid: era el cumpleaños de Cristina, mi hija, y, como siempre, queríamos celebrarlo en familia. Y me fui el viernes temprano para estar el mayor tiempo posible con mi nieto, que, a sus siete años, está cariñosísimo conmigo: comunicativo, tierno, dulce, divertido... 
Nada más llegar, inventamos un juego para esos días: él sería el abuelo y yo su nieto. Es un juego fascinante y fácil: un abuelo es un hombre re-nacido que tiene, siempre, la edad de su nieto. Vivir la vida con la mentalidad, los gustos, las razones y los intereses de un enanito moderno –de un mundo, el tecnológico y falto de calor humano, en el que yo me siento ex mundo- que me quiere con toda su alma y al que quiero como la razón última de mi vida es increíblemente hermoso, un milagro. Tanto que he inventado una palabra, abueliz,  que me gustaría que significase “abuelo feliz”.
Aceptado el juego, planteó Fausto que, puesto que es madrileño, él sería mi guía. Y, como se sabe todas las líneas, estaciones y trasbordos del Metro, teníamos que hacer en él todos los desplazamientos. El primero, en plan exploradores –“nieto, vamos por la ruta secreta”, me dijo- el Jardín Histórico “El Capricho”, en la Alameda de Osuna, que yo desconocía y a él –ecologista y animalista- le encanta, en el que anduve lo que habitualmente no hago en un mes. Y, después de comer –como siempre, en La Kitchen, donde volví a coincidir y a hablar con Forges- me invitó al fútbol en su abono del Bernabéu, tan distinto de aquel en que yo veía jugar a Di Stefano, Gento, Puskas…
Y, a la hora de dormir, quiso que lo hiciéramos juntos para contarnos historias: a las dos de la madrugada mi hijo, padre de mi abuelo, tuvo que poner orden, porque seguíamos muertos de risa hablando sin parar, contándonos chistes, aventuras y secretos.
El domingo rematamos en Segovia donde, después de comer el cochinillo de rigor, con su litúrgico platicidio, como a Fausto le gusta cocinar había visto en “Canal Cocina” que unas monjas segovianas hacen unas magdalenas buenísimas, por lo que empleamos dos horas en descubrir el Convento, en el que  hizo acopio de un montón de pastas y dejó encargado el libro de repostería, pues estaba tan agotado como yo. ¡Qué paliza! Y tuve la suerte mitómana de ver el edificio del antiguo Gobierno Civil en el que Adolfo Suárez –“tu amigo, nieto”, dijo Faustillo- empezó su benefactora y añorada carrera política, que nos llevaría, a base de diálogo y de pactos, a la democracia y a la época más feliz y próspera de una España que, hoy, hemos perdido y añoramos. 
Y acabó mi fiesta, el lunes por la mañana, viéndolo montar en bici en los jardines de la Plaza de las Salesas: es mejor ir así que con toga al Tribunal Supremo.
Y todo lo anterior tiene una especie de, digamos, moraleja sobre la felicidad y el paso del tiempo, el haber pasado de ser, en mi infancia, el nieto de Fausto Romero a ser, en mi vejez, el abuelo de Fausto Romero. Setenta años, de momento, entre ambos puntos, durante los que el río de la vida ha dejado de ser un torrente travieso y bravío, y se ha convertido en un río manso, sosegado, plácido. 
En la vejez, la vida se deshoja de lo accesorio y se llena de lo esencial, de emociones máximas, como la de llegar a la magia de volver a mirar la vida con los ojos de un niño que, con certeza, no la ve como un valle de lágrimas, sino como algo riente lleno de ilusiones, lo que es preferible a vivir con la amargura de sueños imposibles, la nostalgia de cosas que aun no han sucedido porque ahora sabemos que ya no sucederán… La felicidad, creo, es el compendio de todo lo que razonablemente se puede desear.
Envejecer significa asumir que el mundo va demasiado rápido para los viejos y no empeñarse en ser un jovenzuelo –en no creerse, de verdad, que no se envejece sino que se acumula juventud- pero sin dejar que decaiga la actividad vital, sin descarnarse, encallecerse, marchitarse a fuego lento, anestesiar las emociones, esperanzas e ilusiones, creerse que la vida es un largo camino hacia el cansancio. No, no. Hay que cambiar las actitudes y acomodarlas a las aptitudes. Me queda hacer futuro, por lo que procuro no ir de mero espectador de la vida sino de protagonista de la mía sin dejar, en la medida de lo posible, que, como es habitual, me la vivan los demás.
Basta con asumir que la felicidad, cambia: ahora me hace feliz la serenidad, la placidez, la comodidad. Y, sobre todo, ver crecer la vida en mi nieto, aprender de él y enseñarle cosas que le hagan feliz como a mí me lo hicieron cuando tenía su edad. En definitiva, en compartir su felicidad.


El escacharre de Susana. El martes la reina de España inauguró en Almería, territorio legal de Andalucía, el curso escolar español 2016-17. Iba a asistir, como anfitriona, Susana Díaz, Presidenta de Andalucía, pero en Sevilla se escacharró el avión tempranero y, en vez de venir en coche –o la víspera- decidió darle plantón a la reina y a Almería y quedarse en Sevilla a conspirar contra Pedro Sánchez.
Y se me olvidaba: lleva sin recibir al Alcalde de Almería desde que tomó posesión, hace casi un año.
...Curiosa Presidenta escacharrada.


Presuntos inocentes. Ciudadanos hace demagogia y chantaje, y niega su nombre: pedir la exclusión de la política de los investigados es violar la Constitución y negar el Estado de Derecho  que reconoce a sus ciudadanos la presunción de inocencia. Con la vida política de alguien sólo pueden acabar los votos, la muerte, la dimisión o una sentencia penal firme condenatoria que lleve aparejada la inhabilitación.
Negando la Constitución no se regenera la política. Al revés. Y en eso están los sedicentes Ciudadanos. 




El Ponientazo. Lo echaba de menos. Este año ha llegado con retraso: suele coincidir con los últimos días de la Feria: el Ponientazo que arrastra el verano, enfría la mar, cambia el color de los días y nos mete en la vida rutinaria del día a día… hasta que, en poco tiempo, empiece la cada vez más adelantada Navidad comercial. Puede que hoy haga calor, pero parece que el otoño ha llegado de verdad después de un verano casi de fragua. Me gusta Almería en otoño, es hermosa, plácida, dorada, permite el paseo, la tertulia...


 




 





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