Claro que también puede ser al revés: cuanto mejor, peor. Es que todo es relativo y lo que es bueno para unos puede ser malo, muy malo, para otros. Y al revés: lo del color del cristal…
Me refiero a los resultados de las elecciones autonómicas de hoy, que pueden ser la llave que abra la puerta a la formación de Gobierno en España… o a las terceras Elecciones. ¡Es que nadie lo sabe! Acertar en política en España, con esta gente, es más difícil que ganar la Primitiva.
Mi amigo José María Requena en su luminoso artículo del domingo pasado en Diario de Almería, decía: “Les planteo una duda sugestiva: ¿somos los españolitos lo bastante inteligentes como para entender la inteligencia de nuestros políticos?”
Yo, desde luego, no: es que, además, no creo que tengan inteligencia, en el sentido de que entiendan la situación y el sentir de la ciudadanía. Son de una grisura catastrófica, hombres infinitivos e incoherentes.
Dice la generalidad de los analistas que si la derrota del PSOE que pronostican todas las encuestas –¿acertarán por una vez?- es estruendosa –creo que no: el guirigay de Podemos, difundido en directo, puede paliarla- y resulta prescindible en la formación de los gobiernos gallego y vasco y el PNV necesitase los votos del PP para gobernar, éste contaría, a su vez, con su abstención para formar Gobierno en España. Y, además, la magnitud de la derrota le bajaría, por fin, los humos a Pedro Sánchez, el Señor del “no”, y mutaría a la abstención.
No creo: Pedro Sánchez lo que sabe hacer es perder, ha perdido todas las elecciones –europeas, nacionales, regionales, municipales- celebradas desde que él es Secretario General del PSOE, y cada vez con peor resultado, por lo que una nueva, y grande, derrota en buena lógica no debería afectarle negativamente: engrandecería su record y, lejos de dimitir, cogería más velocidad en su permanente huida hacia adelante con gesto geniudo. Cuanto más pierde más se obsesiona en ser Presidente del Gobierno, a cualquier precio y con quien sea. Cuanto menos, más.
He leído que jugaba al baloncesto en el equipo de la Demencia. Cuando yo era niño se decía que el baloncesto consiste en meter una pelota en un cenacho sin culo: cuantos más balones se pierden por el culo el cenacho, más puntos se ganan. Pues a Sánchez, que ahora juega al votocesto, cuantos más votos se le vayan, más ganador se sentirá. Puede, incluso, que, esta vez sí, en ambas Comunidades, se produzca el famoso sorpasso y tanto Podemos –con sus heterogéneas sucursales- y Bildu lo adelanten.
¿Provocaría, eso, una rebelión en los barones e históricos del PSOE, la mayoría contrarios a su Secretario perdedor? No me atrevo a opinar: ¿sabe alguien cómo está realmente el PSOE, cómo funcionan sus distintas sensibilidades? Porque a los barones se les oye mucho cuando les ponen un micrófono en los morros pero a puerta cerrada temen a las moscas y no abren la boca, y humillan la cerviz.
Y no entiendo el voto obedientísimo de los diputados socialistas, elegidos por el pueblo para que lo representen: no pueden desconocer el sentir mayoritario de la ciudadanía –la militancia decreciente, es otra cosa- que quiere un Gobierno y no unas nuevas elecciones. Por ello, ante la cerrazón de un jefe obtuso -¡què bien desfila mi hijo, y qué mal todos los demás, decía la madre del que llevaba el paso cambiado- deberían ejercitar su libertad de voto para darle el sentido que quieren sus electores, no la cúpula de su Partido por razones de mera supervivencia personal y de odio africano a Rajoy. Insisto, por ello, en lo que vengo escribiendo desde hace tiempo: “las Cortes Generales representan al pueblo español”, y “los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo” (artículos 66 y 67 de la Constitución), lo que significa que no hay disciplina de voto: el acta de parlamentario es privativa del diputado o del senador, no del Partido. Rita Barberá es la prueba más reciente: su partido no ha podido echarla del Senado, aunque fuese elegida por pertenecer, cuando lo fue, a dicho partido.
¿Por qué los diputados obedecen a sus jefes y no a sus electores? ¿Para qué se eligen 350 obedientes diputados? Bastaría que acudiese al Congreso uno por Partido y su voto valiese el tanto por ciento que éste consiguió en las Elecciones.
Con semejantes actitudes, las instituciones –la que más, el Parlamento- no es que se hayan devaluado, es que han dejado de existir: no se parlamenta, se obedecen los caprichos del jefe.
Este año, se cumplen quinientos desde que Tomás Moro escribiera su Utopía… y sigue siéndolo.
… Ya es otoño. Suenan campanas de agonía.
Pepe, el portero de la Salle Me enteré por La Voz de Almería de la muerte de D. José Gil, sin duda de las personas más conocidas y queridas de Almería: fue portero del Colegio La Salle desde 1940, muy joven, hasta su jubilación, como Papeto, Matías, Diego, Granero… Conoció a decenas de miles de alumnos. Y, ya jubilado, lo veía a diario; vivíamos a apenas cincuenta metros: cada mañana, cuando lo veía subir de la Plaza con la bolsa de la compra, hablábamos un rato, sobre todo de fútbol. Se va acabando la memoria viva de mi juventud.
Ha dicho el rey Ha repetido, en la ONU, que España vive una coyuntura compleja, que ha de resolverse con los valores del diálogo, del compromiso, del sentido del deber y de la solidaridad. La situación y la receta las conocemos. Lo que debe hacer es dar trigo, no predicar ante el mundo: reunir a los cuatro partidos, con papeles delante, y que no se levanten hasta que hayan pactado. Eso, no es borbonear –no toma partido-, sino cumplir sus deberes constitucionales de arbitrar y moderar. Tiene que ganarse el sueldo.
El palomo de Viator El idioma administrativo es muy árido. Por ello, celebro el hallazgo de una joya literaria, la Ordenanza del Ayuntamiento de Viator sobre colombicultura: “según la práctica consuetudinaria… la cría, adiestramiento y competición de palomos deportivos de celo, valorando los trabajos de seducción de los palomos sobre la hembra para atraerla hasta su palomar, puntuando el celo, la constancia y la habilidad de los métodos de seducción del palomo”
Me ha recordado la inmortal “El collar de la paloma”, de Ibm Hazm.
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