Hay muchos momentos en la vida de una persona en los que hay que dar la cara. Y allí se demuestra el valor o la medrosidad. El pasado miércoles fue un día para que Pedro Sánchez diera la cara. Si argumenta que él es el Secretario General del PSOE, no se entiende que hurte su presencia tras producirse uno de los acontecimientos más negativos en la historia reciente del PSOE.
Pero hay antecedentes, porque cuando la noche electoral es adversa él se marcha a dormir y envía a un edecán a que le represente en la derrota. Esta falta de coraje ante la adversidad, esta manifiesta cobardía no es lo mejor para quien aspira a liderar un partido que ha sido el que más tiempo ha gobernado en España. Pero no es mejor que uno de los protagonistas de la historia reciente de nuestro país, compañero de partido, y el socialista español más conocido en todo el mundo, sea engañado con mentiras. ¿No tuvo valor? ¿Le acojonó sostener la mirada de Felipe González? Nunca lo sabremos, pero está claro que se comportó como un mentiroso ante uno de los referentes del socialismo español, el que incorporó un PSOE rancio a la Internacional Socialista, y lo transformó en lo que son las socialdemocracias occidentales.
Pero creo que me equivoco al incluir términos ideológicos, porque nadie sabe cuál es la ideología de Pedro Sánchez. Sabemos de sus odios personales, de su incapacidad para saltar sobre esos odios, y de su insuficiencia para aunar, consensuar, solucionar problemas, pero lo ignoramos todo de su ideología que, unas veces tiende al centro de Ciudadanos y, otras, a la extrema izquierda de Podemos y el secesionismo catalán. Como el reloj del gitano, Pedro Sánchez tiene días. Y el día que se entrevistó con Felipe González le tocó ser mentiroso. O cobarde. O las dos cosas a la vez.
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