El día que el Partido Socialista pudo convertirse en Podemos

Después del comportamiento de Pedro Sánchez en los últimos meses, la duda era si la bala con la que quería jugar a la ruleta rusa con Podemos y, aun

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 02 oct. 2016

Cuando apenas pasaban unos minutos de la medianoche del domingo pasado llamé a Jose Luis Sánchez Teruel. El PSOE había cosechado su peor resultado en Galicia y Euskadi y tenía curiosidad por conocer su opinión sabiendo que, al cabo, sería la de Susana Díaz. Teruel es miembro de la ejecutiva regional y en las noches electorales las baterías de los móviles se agotan. Hablaba Teruel, pero quien estaba también detrás de sus palabras eran, sin duda, algunos compañeros de dirección regional cercanos a Susana.
Escuché con atención sus reflexiones y fue al final cuando le pregunté qué iba a pasar en el Comité Federal convocado para seis días después de la catástrofe.
- Cualquiera lo sabe; pero a lo mejor ni llegamos.
Al principio no le di ninguna importancia a su (aparente) ironía. Me pareció un desahogo retórico en medio del naufragio electoral y una previsión pesimista de la tormenta que se avecinaba. Lo que nunca intuí es que lo que estaba anunciado era el tsunami que iba a gestarse la mañana siguiente.


Cuarenta y ocho horas después y un restaurante del centro de la capital quise despejar la duda de si su frase pronosticando el huracán fue una ironía dialéctica o la expresión de una intuición compartida. No respondió. Frunció el ceño y preguntó: ¿tú que crees?
De todos los análisis que he leído y de todas las opiniones que he escuchado, ha habido un territorio por el que casi nadie se ha adentrado a explorar y que está en el origen de la explosión obscena de ayer: ¿Por qué los críticos decidieron propiciar la dimisión de los diecisiete miembros de la ejecutiva para provocar el cese adelantado de Pedro Sánchez y no esperaron hasta el Comité Federal para derrotar su propuesta de primarias y congreso de urgencia, desautorizándolo así y, por consiguiente, indicándole la puerta de salida que le hubiera exigido la ética política y la decencia personal?
¿Por torpeza, por precipitación, por ausencia de madurez política? Nunca hay una sola causa detrás de una decisión, pero una de las razones fue, sin duda, para evitar el esperpento bochornoso perpetrado ayer por todos. A la vista de lo ocurrido esta decisión ha sido un fracaso. Pero, de no hacerlo, tal vez el caos hubiera sido aún mayor. Y sin remedio y sin futuro para el partido.
Quizá porque ellos hubieran hecho lo mismo si la contienda les hubiera situado en el otro lado de la trinchera, los críticos intuyeron con certeza la defensa hasta el delirio que Sánchez y su equipo iban a llevar a cabo si llegaban con vida política al sábado y decidieron que debían entrar al salón de reuniones de Ferraz cautivos y desarmados del poder -inmenso- que otorga dominar el aparato del partido. ¿Por qué? veámoslo. 
Si el volcán no hubiera entrado en erupción el miércoles con la dimisión de los 17 miembros de la ejecutiva nacional, Sánchez habría abierto el comité federal con su informe político- algo que es habitual en todos los comités- y hubiese sido en esa intervención donde haría explotar la bomba inteligente que haría saltar por los aires la estrategia de los críticos. ¿Cómo? Muy sencillo.


En esa intervención Sánchez hubiera propuesto la continuidad de los acuerdos adoptados en los comités federales de diciembre y julio en los que se aprobó por unanimidad el No a Rajoy y el No a negociar con independentistas. Nadie, en ese momento, hubiese rechazado la vigencia de lo aprobado entonces y esa continuidad en el No y NO dejaba libre de hipotecas su empecinamiento en buscar un acuerdo de gobierno alternativo con Podemos y Ciudadanos (algo que él sabía imposible) y, aunque lo aprobado después del 20D y del 25J no le dejaba ninguna puerta abierta a la negociación con la antigua Convergencia y con Izquierda Republicana, los aliados catalanes de Podemos (Colau y Doménech) habrían negociado el apoyo táctico de los independentistas proponiendo un tiempo de reflexión - ¿seis meses quizá y así no se contradice el plazo de un año para el Referéndum aprobado por el Parlament para 2017?- argumentando que, en ese señuelo de reflexión, podrían buscarse vías de entendimiento que todos saben inalcanzables.




Una vez conseguido el respaldo tácito a su informe político, el rechazo o aprobación de su propuesta de Congreso exprés pasa a segundo plano porque qué más da un congreso en diciembre que en marzo si ya cuenta con la aprobación por asentimiento a su informe político y tiene garantizada su candidatura si hay terceras elecciones, ya que no habría tiempo para que, en un proceso atropellado de primarias de urgencia, nadie pudiera enfrentársele. 
Lo que no esperaban los críticos es el numantinismo quimérico de los inquilinos de Ferraz. En su torpeza llevaron ayer y llevarán para siempre la penitencia. 
Quienes, en una u otra trinchera, no tienen otra ambición que llegar al poder o mantenerse en la estructura burocrática del partido (porque no tienen donde ir si abandonan su posición orgánica; la política está muy bien pagada para quien no ha hecho, ni sabe o quiere hacer otra cosa), la batalla del Comité era vital en la acepción más estricta de la palabra. Les iba la vida en ello porque, fuera de la política, no son nada, o no llegarán a ser nada de lo que, en sus ensoñaciones, aspiran a llegar a ser.


Que nadie se lleve a engaño: hemos asistido a una lucha por el poder en el que el campo de batalla acabó ayer anegado de impostura obscena y desvergüenza.
Pero tampoco puede negarse que, tras esa lucha, subyacen dos visiones distintas de partido.
Una- la de los críticos- no sabe qué hacer para corregir el rumbo hacia la irrelevancia a la que estaba conduciendo la errática política de Sánchez. 
Los otros- Sánchez y quienes le acompañarán ahora al destierro- estaban cada día más cerca de creer que la “podemización” del PSOE es la solución a la sangría de votos que padecen. La premeditada y obsesiva invocación a la militancia y la estigmatización de los “barones” buscaba situar a los primeros en la posición de “gente” y a los segundos en el estatus de “casta”. Podemismo argumental puro.
La brillante inteligencia de Borrell y su soberbia cursilería lo dejó claro el viernes en el programa de Pepa Bueno en la SER. Nosotros somos del PSOE- dijo-, pero muchos de nuestros hijos son de Podemos. Hay que converger con ellos y, como ha sucedido con CC OO y UGT, llegar a la unidad de acción. 
El enfático exministro- así se autodefinió- olvidaba en su argumentación dos realidades no menores. La primera, que si el PSOE es el partido de los padres y Podemos el de los hijos, la biología y el tiempo acabarán más temprano que tarde con el primero. La segunda, que esa unidad de acción sindical, que tanto le seduce como estrategia política, no ha propiciado la mejor época del sindicalismo precisamente. Basta ver en qué situación están ahora los sindicatos.
  Podemos solo tiene opciones de asaltar el cielo del poder si acaba con el PSOE. Iglesias lo sabe y es en esa dirección donde encamina todos sus pasos. Sus lágrimas de estos días arropando a Sánchez frente a los críticos- ¿por qué llora ahora por Sánchez cuando con su voto impidió que fuese elegido presidente en marzo, ahorrando así al país de más Rajoy en junio? -, estas lágrimas de plañidera, digo, no tienen la sinceridad de aquellas que derramó sobre el hombro de Anguita cuando a los dos les unía la vocación obsesiva del sorpasso. 
Como cantaba La Lupe, en Iglesias todo es “teatro, puro teatro; falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”. El problema de Sánchez y su club de perdedores románticos es que se empecinaron en no darse cuenta de la escenificación y confundieron la ficción asamblearia, populista y cursi de la sonrisa y la fraternidad marketiniana con la realidad. En su inconsistencia ideológica se dejaron seducir por Iglesias y su coro de periodistas aplaudidores y soñaron con ser como Podemos, pero en versión de socialdemocracia moderna y guay. 




El Comité de ayer pasará a la historia más impúdica del PSOE. Nadie, a un lado o a otro del fango en el que se revolcaron durante diez horas, puede sentirse triunfador. Pero cuando pase el tiempo y el rencor duerma y la pasión descanse, los militantes y votantes socialistas que ayer sintieron tanto estupor como vergüenza ajena llegarán a la convicción de que aquel sábado 1 de octubre de 2016 el PSOE decidió seguir siendo el PSOE y no una mala copia de Podemos. Los socialistas salieron ayer malheridos de Ferraz, pero, si hubiera ganado Sánchez, hubieran salido muertos. Podemos habría acabado con ellos como está acabando con Izquierda Unida.





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